Siete goles que humillaron y eliminaron a la selección brasileña, dejaron estupefactos a millones de sus compatriotas y a todo el mundo futbolero, pero así las pocas noticias que se asomaron en la prensa, saltando la indiferencia de los redactores y lectores, sobre los abusos sexuales a decenas de miles de niñas de 9, 10 u 11 años, secuestradas, violadas y maltratadas en la floreciente industria de la prostitución que rodea los mundiales de futbol (y otros grandes eventos lúdicos).
“Yo amo Brasil” es una de las frases escritas sobre unas camisetas marca Adidas -el patrocinador oficial de la Copa-, en las que el dibujo de un corazón insinúa el trasero de mujer. En otras, una chavala en bikini posa junto al paisaje de Río de Janeiro. Toda una perversa invitación de 2×1: futbol y sexo en el mismo paquete.
Al inicio de las obras de las infraestructuras para el mundial, hace año y medio, cientos de obreros de todo Brasil llegaron a las ciudades sedes de los juegos, instalándose en las favelas de extrema pobreza extrema, y haciendo disparar la demanda de sexo infantil y de mujeres desesperadas por sacar adelante a sus hijos malnutridos.
¿Cómo hubiera reaccionado el mundo si cientos de mujeres trabajadoras hubieran demandado sexo de niños pequeños, y luego los golpearan, violaran, vejaran, y a muchos los mataran? La gigantesca industria del sexo se mueve no sólo en un mercado globalizado y sin fronteras, sino también dentro de la milenaria cultura patriarcal que ha normalizado la esclavitud sexual de las niñas y mujeres, con total impunidad.
En el Mundial de Sudáfrica (2010), se registraron unos 40.000 casos de explotación infantil (un aumento del 63%); en las Olimpiadas de Grecia (2012), 33.000 casos y un incremento del 87% , y en el de Alemania (2006), fueron 20.000 las denuncias de menores abusadas. Desde entonces, la edad de prostitución ha bajado de 13 a 9 años. Y todo gracias a la pasividad que conduce a la permisividad de los gobernantes y de la FIFA.
En Brasil, una vez iniciada la competición, llegaron a las 12 ciudades sedes de los juegos, cerca de tres millones de aficionados brasileños, y otros 600.000 visitantes extranjeros (muchos, veteranos pedófilos) dispuestos a vivir días inolvidables en la “Tailandia de América Latina” y el “Paraíso erótico”, a costa de pequeños cuerpos casi sin curva, donde las chicas de 16 años son ya “las menores viejas”.
El efecto de la “legalización de la prostitución
Que en éste país, la prostitución sea legal a partir de los 18 años, no ha significado que la llamadas “trabajadoras del sexo” tengan derechos, contrato y un techo seguro y sano en los burdeles. Ningún chulo-empresario quiere gastar dinero por un objeto que pronto tirara a basura. Por lo que la legalización sólo ha aumentado numero de niñas y mujeres explotadas y también los barrios y locales donde se comete el delito.
Ellas trabajan, a veces sin protección, en turnos de unas 12 horas, con unos 15 hombres malolientes, y durante todos los días de la semana y del año. Abundan casos de esclavas sexuales (a menudo con 12-13 años), que convivían con hombres adultos, y que tras quedarse embarazadas se les echa a la calle.
Según UNICEF, cerca de medio millón de niñas y niños –con edades de entre 9 y 14 años-, son forzados a vivir en la industria sexual en Brasil. Cinco de los 12 estados sedes de los juegos lideran el ranking de las denuncias por explotación sexual infantil.
Un crimen muy organizado
“Disfrute ahora y pague después”, ha sido una de las campañas comerciales de este mundial, donde en algunos burdeles-hoteles, los clientes podían pagar con tarjeta de crédito el uso de las chicas.
Para satisfacer la demanda del sexo pagado, los mercaderes de niños montaron una gran organización: secuestraron, compraron y engañaron a miles de menores de los barrios sin luz ni agua corriente y sin comida, con la promesa de trabajar de camarera o limpiadora, pero aun así no eran suficientes: importaron a cientos desde los países vecinos (el 12 junio la policía de Paraguay rescató a siete niñas que iban a ser trasladadas a Brasil), y también a las huérfanas de las guerras de Somalia y de Congo. La mayoría de ellas nunca volverá a casa, si alguna vez la tuvo: se convertirá en propiedad de las bandas mafiosas, se quedará embarazada, será madre soltera si no se muere ella y/o su bebe, y la calle será su único hogar.
Puede que en los próximos torneos se ofrezca, como Alemania, burdeles de “tarifa plana”, donde el cliente puede tener sexo ilimitado con ilimitadas niñas y mujeres y en ilimitados lugares: carreteras, selvas o en paradas de taxis.
El resto lo hará la complicidad de las familias, los vecinos, las autoridades políticas y judiciales, y también los periodistas deportivos que miraran para el otro lado. En 2012, la Corte Penal Superior de Brasil absolvió a un adulto acusado de relaciones sexuales con tres niñas de 12 años: porque “eran suficientemente maduras para dar su consentimiento”. ¿Y si ellas fueran sus propias hijas o hermanas?
Soluciones “de cara a la galería”
A pesar de que el gobierno de Dilma Rousseff aprobó una ley que tipifica la prostitución infantil como “crimen hediondo”, solo se destinó ocho millones de reales para combatirla, frente a los 33.000 millones de reales invertidos en las obras del mundial, llenando el bolsillo de los empresarios de ladrillo. ¡Cuánta incapacidad de vivir en la piel de los ciudadanos! Monumentos deportivos que tapan las favelas que siguen como estaban antes del torneo. A la fiesta de la mejora económica las esclavas sexuales no han estado invitadas: antes, sus principales clientes eran los camioneros y los adolecentes pequeñoburgueses, hoy también les buscan los jubilados y funcionarios, quienes pueden vivir ahora como jeques árabes teniendo en sus brazos a chiquillas aterrorizadas, durante unas horas y por menos de 3 euros y aunque en lechos sucios tirados en los cuartos ocultos de las callejuelas abandonadas por los políticos.
Es cierto que las medidas sociales de los gobiernos de Lula y de la presidenta Rousseff han sacado a 36 millones de personas de la pobreza extrema, pero sus políticas neoliberales también han hecho crecer las desigualdades sociales. Decía el teólogo de liberación Frei Betto que “Dilma ha sido una madre para los pobres y un padre para los ricos”.
En éste Brasil, hay 13 millones de niños desnutridos, y 35 millones de pobres y faltan casi 200 mil médicos. El país necesita más centros educativos, hospitales, viviendas y aun más dinero irá a las Olimpiadas de Río en el 2016 y más niñas serán lanzadas al mercado de sexo.
El Artículo 6 de la Convención de Naciones Unidas exige la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Contra las Mujeres ¿Qué futuro tiene una nación tratando a sus niños, niñas y mujeres como si fueran basura? Esta práctica delictiva amenaza la integridad física y psicosocial de los niños y adolescentes y supone una violación grave de los Derechos Humanos. Y por cierto, la legislación española permite perseguir a los ciudadanos que hayan abusado de menores en cualquier país del mundo.
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