Mujeres que surgen de las propias comunidades para convertirse en referentes sociales; con lo que tienen consiguen ayudar a cientos de familias necesitadas
Rompieron el molde de lo establecido, se sacaron de encima el polvo de lo imposible, pusieron en marcha el engranaje de la empatía y se entregaron a hacer lo que mejor saben hacer: luchar por la justicia social y ayudar a los demás.
No fue un mandato divino ni una casualidad del destino. Cada una, a su manera, fue dando los pasos necesarios para llegar a convertirse en una líder comunitaria, en el corazón del barrio, que con cada latido llena de vida y generosidad cada cuadra de esas calles que tanto conoce.
Porque ellas también sufren necesidades como sus vecinos. Ellas también pasaron hambre o frío, falta de trabajo, el miedo a perder la vida en un callejón o la angustia de tener un familiar enfermo. Y justamente por eso, porque se criaron en las mismas esquinas y porque conocen todos los lamentos detrás de cada rostro, son un par al que todos recurren para echar un poco de luz cuando reina la oscuridad.
No les sobran recursos, pero sí unas ganas irrefrenables de utilizar todas sus fuerzas y capacidades para que todos puedan vivir como se merecen, dignamente. Y así pasan sus días, haciendo malabares para conseguir alimentos, ropa, medicamentos, planes sociales o lo que sea que haga falta. Mientras tanto, su magnetismo y su energía arrolladora contagian a muchas otras personas de buena voluntad que se ponen la camiseta de su causa social, y todos juntos se transforman en un centro de asistencia social vital para el barrio, en una oreja que escucha, en una mano que sostiene, en unos brazos que abrazan, en una palabra que alivia, en una cabeza que aconseja?

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“Con el deseo puesto en transformar una realidad que les era adversa, mujeres de distintas extracciones sociales fueron saliendo de sus ámbitos privados y animándose a ocupar espacios públicos y a construir fragmentos de poder. Muchas, en sus barrios, en organizaciones de base o en otros lugares más institucionalizados fueron ganando reconocimiento y esto las animó a llevar al ámbito público problemas que eran de índole privada, para convertirlos en parte de la realidad social. También se animaron a imponer otros lenguajes y formas de expresión, a permitir que los vínculos, las emociones y los sentimientos fueran parte del discurso público”, explica Alejandra Sánchez Cabezas, médica ginecóloga y directora de Proyecto Surcos, una ONG que trabaja para empoderar a mujeres para que puedan ser referentes en la resolución de los problemas de su comunidad.
En una esquina de Villa Lamadrid, a unas pocas cuadras de la feria de La Salada, en Lomas de Zamora, una abuela entra al comedor Manos Solidarias junto a su nieto de 7 años, a retirar las viandas para su almuerzo. En un día de invierno feroz, el niño -sin medias y únicamente con una remera de manga larga que cubre su torso- tiembla de frío y no puede evitar que se le caigan los mocos. “¡Andá a abrigar a ese nene por favor! ¿No ves que se está muriendo de frío?”, se queja indignada Isabel Vázquez, a la que le duele el alma cada vez que se enfrenta con la necesidad ajena. Mientras grita esas palabras sale disparada para conseguirle unas zapatillas nuevas y ropa de abrigo a esa carita entumecida.
Así son todos los días de Isa -como la llaman cariñosamente en el barrio- corriendo de un lado para el otro, tratando de que los vecinos puedan mejorar su calidad de vida. “Yo no me siento una líder social. Sólo soy una vecina que si puedo ayudar a alguien, lo hago. Me siento un poco la mamá o la abuela de todos. Veo a alguien sufriendo y me sale el instinto de abrazarlo. Muchas veces no es plata lo que se necesita, sino amor y afecto”, dice esta mujer de 61 que trabajó durante muchos años como empleada doméstica y que terminó en Villa Lamadrid en 1978, escapando de las topadoras que derribaron la villa 20 de Lugano, durante la dictadura.
“En este contexto, llegué triste al barrio, a refugiarme en la casa de mi madre. Estaba sentada en la vereda junto a mis 3 hijos, y vinieron unos nenes del barrio. Les empecé a contar un cuento y ya me puse a pensar qué se podía hacer por ellos. En Lugano trabajaba con los curas villeros, ahí conocí a las monjas franciscanas. Arrancamos con los chicos, con la merienda, armamos la sociedad de fomento en la calle, después nos metimos en el patio de la casa de mi mamá y nunca más se cerraron las puertas para atender todas las necesidades del barrio”, cuenta Isabel.
Es en este mismo lugar donde funciona todos los días el comedor del que 880 personas retiran el almuerzo y la merienda para comer en su casa. Familias enteras, chicos, jóvenes, madres solas y adultos mayores pasan religiosamente a retirar su comida y recibir todo tipo de ayuda.
“Esto es un ombligo del barrio y nuestra prioridad siempre son los pibes”, afirma categórica esta líder social, que en 2003 ante la desesperación de las madres del barrio que le contaban que sus hijos desaparecían por días, se adentró en el mundo del paco. “Descubrimos que a unas pocas cuadras había un quiosco de paco en el que encontramos pibes tirados, nenas embarazadas. Lo peor de todo es que muchas familias del barrio estaban involucradas en el negocio porque les daba plata. Empezamos a investigar y nos juntamos con otras madres que estaban en la misma lucha contra la pasta base. Largamos con las marchas para reclamarle a los políticos que se ocuparan del tema. Los chicos no eran los culpables, sólo eran víctimas de estos nuevos punteros que los tentaban con plata”, explica Isabel, que junto con Alicia Romero crearon la ONG Madres Contra el Paco, línea fundadora.
“Nosotras trabajamos con las asignaturas pendientes. Los chicos que salen de la cárcel o de las comunidades terapéuticas y no tienen ningún apoyo y cargan de por vida con ese estigma”, agrega Isabel. Para eso articulan con la Sedronar, les consiguen becas a los chicos que no tienen obra social, los ayudan a tramitar el DNI, acompañan a las madres que tienen a sus hijos presos. “Les mostramos a las madres que no es imposible rescatar a sus hijos”, sentencia con seguridad, mientras viste una pechera azul con la leyenda Sí a la vida, Madres Contra el Paco.
Para entender la ternura de Isabel hacia cada joven, es indispensable volver a aquel febrero de 2009 en el que un chico del barrio mató a su hijo Emanuel de 6 tiros. “Hay que perdonar. Yo cada día extraño más a Emanuel. Y cada pibe que rescato es un Emanuel que está conmigo. Por eso a las madres les digo que lo que tienen que hacer es acercarse a sus hijos, decirles que los quieren, escucharlos, valorarlos. No regalárselos a estos tipos que se llenan de plata. Los pibes del barrio sufren mucha violencia en su día a día, y muchas veces no saben cómo manejarla”, reflexiona con lágrimas en los ojos.
Los huecos a tapar son tantos que nunca alcanzan las manos. Problemas de salud, de educación, dedesempleo. Sin embargo, Isabel rescata el trabajo en equipo y la colaboración de los voluntarios para poder llevar adelante su tarea social. “Yo lucho para que cada chico que quiera trabajar tenga la oportunidad de hacerlo, que no se los discrimine. Estamos armando una panadería para darle laburo a los pibes, para consumo interno, y darle pan a un precio accesible a la gente del barrio. También les cedemos nuestro espacio a un grupo de mujeres víctimas de violencia para que gracias al programa Ellas Hacen aprendan oficios. Las cosas de a uno no se consiguen, pero de a más sí que se puede. Yo sin Alicia no podría funcionar”, confiesa con humildad Isabel, quien ve con tristeza el hecho de que se haya desintegrado el tejido social entre los vecinos: “Estamos todos enojados y encerrados. Perdimos la libertad y con eso el amor. Antes cuando menos teníamos, éramos más solidarios”.
La entidad funciona como un refugio para las mujeres y los jóvenes del barrio. Todos saben que pueden recurrir a la mirada cariñosa y dulce de Isabel, pero que también se pueden ligar un buen reto si ella lo cree necesario. “Son todas historias de vida que nosotros vamos acompañando y aconsejando. Acá todo cuesta mucho. Con Alicia nos ocupamos bastante de informarnos para poder asesorar a las personas. Un día decidimos cambiar la modalidad del comedor y empezar a hacer viandas para poder meternos en las casas de las personas del barrio. Ahí comenzamos a ver problemas de adicciones, violencia y agresiones. Los fines de semana es cuando más se dan estas situaciones y cuando todo está cerrado. Más de una vez tuvimos mujeres y nenes durmiendo en la fundación”, cuenta Isabel, que para poder solventar la ayuda que brindan reciben subsidios estatales, del PNUD, compran mercadería al Banco de Alimentos y el resto lo ponen entre las madres fundadoras.
“Hace falta abrazar más a los pibes”, concluye Isabel, con la seguridad de que el amor puede curar cualquier herida y salvar cualquier vida. Lo demás se compra o se consigue.
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Quizá lo llevaba en las venas, y el espíritu de su abuela Martina aún habita en ella. Porque después de haber absorbido durante toda su niñez cómo esta mujer de saberes ancestrales se brindaba a los demás en su comunidad de Asunción (Paraguay), ella no podía menos que seguir sus pasos.
“Allá en Paraguay la gente viejita es conocedora de toda la cultura guaraní. Ella además era partera y la médica del barrio. La gente le iba a pedir consejo y vivía ayudando a todo el barrio”, recuerda Mirna Florentín, sentada hoy con 37 años en un banco de la Asociación Civil Padre Pepe de la Sierra, en la villa 21-24 de Barracas.
Es que la vida la obligó a venirse a los 15 a vivir junto a su madre -que hacía años estaba trabajando en el país y se encontraba en pareja- y dejar atrás su casa, su abuela, sus amistades, su colegio. “Y me vine a un lugar en el que no tenía nada”, dice nostálgica Mirna, refiriéndose a la villa 21-24, donde se construyeron una casa y luego llegaron varios hermanos.
Mirna -de fuerte cultura católica- se crió con las monjas en el colegio Santa Felicitas y se ofreció como catequista en la parroquia de Nuestra Señora de Caacupé en la villa. Pero fue recién en la crisis de 2001 cuando los vecinos la convocaron para armar un grupo comunitario en el barrio que salió a la cancha de la solidaridad.
“Empezamos con lo más prioritario, que eran los comedores comunitarios. Yo justo estaba desocupada y me puse de lleno con esto. Lo tomé como una enorme responsabilidad. A la par de la asistencia alimentaria armamos las cooperativas de trabajo. Después llegaron los subsidios universales y la gente se acomodó un poco”, recuerda Mirna para quien el padre Pepe Di Paola fue no sólo un líder a seguir, sino también una persona de la que aprendió cómo moverse en las arenas de la necesidad. “El Padre Pepe no es un cura que reza únicamente. Conoce a todas las personas por su nombre y sus problemas. Empezó a gestionar recursos para la gente de forma transversal y eso se vio en la práctica: salud, educación, alimentación, trabajo, capacitación. Él es un modelo de cómo hay que trabajar en cualquier comunidad, poniendo el foco en la gente y sin que nadie venga a plantar su bandera. Eso es lo que aprendí de él”, explica con admiración Mirna.
Y es justamente este modelo el que esta joven -que trabaja en el Área de Cultura de la ciudad de Buenos Aires y está terminando de cursar Abogacía- intenta llevar a la práctica junto con la Pastoral Social, bajo la mirada del padre Pepe que dejó Barracas para replicar su ayuda en villa La Cárcova en San Martín.
“Nuestro lema es Reza y trabaja por su pueblo. Todos los fines de semana salimos a caminar por el barrio para ver cuáles son las necesidades de la gente. Son muchas las personas que se fueron sumando al proyecto desde diferentes lugares: alumnos del Colegio Nacional de Buenos Aires y el Carlos Pellegrini para hacer actividades recreativas, la Asesoría Tutelar del GCBA o los voluntarios que colaboran en los comedores comunitarios. Cada uno puede aportar desde lo que sabe”, agrega Mirna.
Después de gestionar varios comedores, actualmente asisten a 300 personas enfermas que necesitan comer en base a dietas especiales por problemas de hipertensión o diabetes. Es así que brindan desayuno, almuerzo, merienda y cena de bajas calorías y sin sal.
“Un día un señor se acercó a un servicio jurídico gratuito a hacer un reclamo de alimentos y cuando le preguntaron por qué no iba a un comedor comunitario, contestó que no podía porque se cocinaba con sal y él era hipertenso. Y en ese momento me di cuenta de que nosotros no nos habíamos puesto a pensar en todo ese colectivo de gente pobre, sin recursos, que además estaban enfermos y tenían necesidades alimentarias especiales. Y así hace 3 años arrancamos con este servicio al que hoy asisten 300 personas, pero desde el GCBA sólo nos cubren 140 raciones, con lo cual tenemos que hacer magia con lo que tenemos”, se queja Mirna, que se desespera por no poder cubrir con toda la demanda del barrio.
Porque Mirna conoce el dolor de estas familias que luchan por sobrevivir, atravesadas por tantas desgracias que se quedan sin fuerzas para salir adelante. “Los grupos comunitarios somos como el colchón de agua o la almohada sobre la cual se pueden apoyar los vecinos. Si bien nosotros muchas veces no podemos resolverles los problemas directamente, los asesoramos, los derivamos, los informamos o nos transformamos en su voz para conseguir lo que necesitan”, dice Mirna, mientras un grupo de gente ya empieza a hacer fila en el comedor para retirar su comida en tuppers.
En una pared del comedor -así como en la remera que viste Mirna- se puede ver una gran foto del padre Pepe y la inscripción Misión Padre Pepe, Reza y trabaja por su pueblo. Y en esa última frase también se ve reflejado el recuerdo de su abuela que se entregó al trabajo social.
“Entre el trabajo, la Facultad y mi hija de 11 años, monitoreo todo virtualmente durante la semana y el fin de semana salgo a recorrer el barrio. Hasta que no sea abogada estoy con las manos atadas en muchos temas. El padre Pepe me mandó a estudiar derecho porque decía que así iba a poder ayudar mejor a la gente y por eso hay muchos vecinos del barrio haciendo fuerza para que eso suceda”, dice Mirna, con toda la voluntad puesta en conseguirlo y así poder tener más herramientas para poder hacer justicia.
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Cualquier persona puede convertirse en una líder social. Sólo tiene que estar comprometida genuinamente con una causa y tener algunas características como carisma, vocación de servicio, buena capacidad de comunicación, saber inspirar a otros y una alta tolerancia a la frustración.
Este es el caso de Beatriz Ramos, que desde su rol de docente – y luego de directora – de la Escuela Parroquial Nuestra Señora de la Paz, en Las Lomitas, Formosa (a 300 kilómetros de la capital), se convirtió en la responsable de llevar adelante una revolución no sólo educativa, sino también social.
Beatriz se ordenó como docente hace 32 años y fue la primera maestra en la escuela, que originariamente era para wichis y pilagás. “Prácticamente no hablaban el castellano. Teníamos un prejardín y al año siguiente, un jardincito. Había que aprender su idioma, su idiosincrasia y su cultura. Era muy difícil entendernos con los padres y los chicos. Teníamos traductores y ellos nos ayudaban”, dice con ternura Beatriz, de 54.
Cuando recuerda aquellos años de grandes carencias frente a una tarea titánica, Beatriz reconoce que fue muy grandioso lo que se hizo. Empezaron con una escuelita rancho que tenía dos salones de paja y ladrillo. Recién en 1983 -gracias a la colaboración de muchas personas de diferentes lugares del país- consiguieron inaugurar un edificio de material. “Ellos no habían ido nunca a la escuela. La representante legal del colegio tenía una camioneta que le habían donado de las Fuerzas Armadas y con eso iba a los lotes a buscar a los chicos todos los días, a la mañana y a la tarde. Algunos estaban hasta a 6 kilómetros”, cuenta Beatriz.
Cuando en 1988 el gobierno decidió construir escuelas rancho en las propias comunidades aborígenes, la escuela perdió toda la matrícula. Así fue como Beatriz empezó a salir casa por casa a preguntar a los papás de los barrios más humildes si querían mandar a sus hijos a la escuela. “Como muchos pensaban que seguía siendo una escuela aborigen, no los querían mandar”, relata Beatriz.
En 2006 se convirtió en la directora de esta escuela que actualmente cuenta con una matrícula de 585 alumnos (113 en inicial, 346 en primaria y 26 en el 1er. año del secundario) y dos años más tarde, ya estaba realizando una importante reforma edilicia, pero también pedagógica. “Recibimos el apoyo de profesionales, y generamos un cambio de base en la escuela y también en toda la comunidad. Decidimos convocar a todos los padres para proponerles que aportaran una cuota para poder cubrir los gastos que hacían falta, y que sus hijos pudieran tener talleres a contraturno. La mayoría estuvo de acuerdo y hoy, los 5 días de la semana, los chicos tienen talleres en el turno opuesto de computación, folklore y pintura, entre otros. Además, ese fondo solventa los sueldos de los docentes de la segunda salita de 4 y de 5 años”, explica Beatriz, quien está batallando para conseguir su próximo sueño: contar con un lugar físico para que funcionen todos los niveles de la secundaria.
“Los chicos ahora almuerzan en sus salones para tener un aula para secundaria. Estamos gestionando el lugar, pero para eso hay que esperar un montón. Mientras tanto nosotros vamos armando espacios para poder ir creciendo. En 2015 creo que va a haber 2 primeros años y un segundo”, dice esta mujer de carácter fuerte y energía inagotable. Porque después de tantos años de tener que lidiar con la burocracia estatal, con la indiferencia y con las problemáticas lógicas de cualquier gran proyecto, Beatriz aprendió que su mejor arma es, sin duda, su perseverancia: “Hay que ir, hay que hablar, hay que seguir. Y si te dicen que no, tenés que volver. Si te quedás con la primera respuesta que te dan, nunca vas a conseguir nada. Sólo es cuestión de proponerse algo. Ahora que conseguimos todos estos logros no me agarra nadie porque creo que todo se puede lograr. Y no hace falta tener plata. Con ser un líder y entusiasmar a todo el mundo, conseguís que te sigan y ya tenés todo hecho.”
Porque Beatriz se considera una líder que sabe trabajar en equipo y transmitir una manera de hacer las cosas. Y esa tarea se la toma con mucho compromiso y responsabilidad. Sabe que todos los ojos de la comunidad están puestos en ella, y no los puede defraudar. “Siempre como líder tenés que enseñar con el ejemplo porque no podés convencer sólo con las palabras. Tenés que llegar siempre más temprano, esperar a los papás, a los docentes y a los niños. Y agradecer mucho a la gente que colabora para que sientan que sin ellos no hubiera sido posible conseguir el resultado”, explica con tono pedagógico.
Beatriz nació en Las Lomitas, su marido es gendarme y tiene 3 hijos: uno es trabajador social, otra se está por recibir de kinesióloga y otra que es gendarme. “Siempre me gustó la asistencia social, pero mis papás no me pudieron mandar a estudiar esa carrera entonces elegí ser docente y cada vez me apasiona más. La tarea es cansadora físicamente, pero no te podés imaginar la satisfacción que te da todo lo que podés hacer en educación. Estoy prácticamente el día completo en la escuela y no deja de sorprenderme todo lo que se puede hacer con el ser humano, con los grandes, con los chicos, con los docentes”, explica Beatriz sobre su vocación.
Porque además de docente, de directora y de vecina, Beatriz es esa oreja siempre dispuesta a escuchar a los padres y canalizar sus angustias. “Hay muchas familias desmembradas, padres alcohólicos, niños maltratados. Y los papás acuden a la escuela. Porque la premisa fue que la escuela fuera su casa. Nosotros hacemos un seguimiento de los niños y enseguida nos damos cuenta de si tienen algún problema por cómo les va con los estudios, e incluso detectamos casos de desnutrición. También pagamos una psicopedagoga para que trabaje con los niños y nuestra escuela es inclusiva para alumnos especiales: tenemos chicos con síndrome de Down y otro en silla de ruedas. Cada vez hay más porcentajes de niños que no están en el mismo nivel que el resto en el mismo año por diferentes motivos. Pero nosotros sostenemos que todos los chicos tienen diferentes capacidades y nos concentramos en eso”, afirma convencida.
Y para poder realizar ese trabajo personalizado y de integración, Beatriz se capacita permanentemente y realiza una fuerte concientización en el cuerpo docente para que se concentren menos en lo académico y más en lo emocional. “Veo cómo les cuesta a los docentes trabajar en la parte emocional, para que a partir de diferentes estrategias todos los chicos puedan aprender. Es fundamental levantarle la autoestima constantemente al alumno, hacerle sentir que él puede. El chico no es terrible porque quiere, es terrible porque no está entendiendo y ese es un mecanismo de defensa. Yo me voy a los grados a mirar eso y hablo por lo bajo con los chicos para ver si entendieron. Y en silencio busco una estrategia para que puedan aprender. Y cuando lo consigo, salgo y entro a otro grado. Porque el que está motivado va a atender. No es que sea demasiado exigente con los maestros, este es nuestro trabajo”, expresa Beatriz.
Para ella, el rol del docente va mutando constantemente, por eso es fundamental que tenga esa avidez por conseguir que el alumno efectivamente aprenda, esa tenacidad de intentar todos los caminos posibles hasta llegar a un lenguaje común con el alumno. “Hoy la escuela no es como antes. Vos ibas con tu programa, enseñabas y el chico que no aprendía, repetía el grado. Hoy ya no somos simplemente maestros, somos profesionales de la educación. El maestro tiene que ser un investigador y encontrar la mejor manera para que el chico aprenda. El objetivo básico es que el chico vuelva a su casa, aprendiendo lo que le quisimos enseñar ese día”, concluye Beatriz con gran sabiduría.
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¿En qué momento una mujer se convierte en líder social? Bárbara González tiene 28 años y todas las condiciones para llegar a serlo. Nació en la villa La Cárcova, en José León Suárez, San Martín, donde actualmente vive con su abuela, en la casa de al lado de su mamá y sus 3 hermanos. Su papá es metalúrgico y su mamá ama de casa.
Siempre le gustó estudiar. En 7° grado fue abanderada y terminó el secundario en el Normal Superior Rosario Vera Peñaloza. A los 22 empezó a trabajar como auxiliar de una maestra en una guardería comunitaria en Villa Hidalgo y cuando conoció el trabajo de la ONG Pequeños Pasos su vida cambió por completo.
“A mi compañera Tina le preguntaron si no quería abrir los sábados la guardería porque iba a venir un grupo de chicos que quería trabajar en temas de nutrición con los nenes, y como ella no quería ir sola, yo me sumé. Ahí tomé conciencia de que nunca nadie se había ocupado en el barrio del tema de la desnutrición. En la guardería les daban de comer a los chicos, pero no les enseñaban a las madres qué cosas pueden preparar con los alimentos que tienen. Entonces me enganché con el trabajo de la fundación y también con su gente”, cuenta Bárbara, que gracias a esta motivación decidió retomar sus estudios y está cerca de convertirse en la primera universitaria de su familia. Cursa 3er. año de Trabajo Social en la Universidad del Museo Social Argentino y todas las mañanas se toma el tren al Centro para ir a clases, y por las tardes va a Pequeños Pasos que hace un año se mudó a Loma Hermosa.
“Después de un parate de 7 años me costó mucho volver a agarrarle el ritmo. Me frustraba, volvía llorando todos los días. Pero por suerte pude armar un buen grupo de compañeras que me sostiene incluso hoy. Acá me ayudaron a conseguir una beca de la Fundación Programa Integrar para poder estudiar. Me decidí por esta carrera porque me gustaba el trato que tenía la asistente social de la fundación con las madres, y porque sentía que de esta forma podía ayudar más en el barrio”, explica Bárbara, quien agrega que esta carrera le sirvió para poder entender el porqué de las problemáticas sociales. “Hoy tengo más claro cuáles son los porqués que llevan a una persona a vivir en la calle o a una mujer a soportar violencia doméstica. No es porque lo elijan, sino porque no tienen las herramientas para salir de esa situación. Y esto es lo que trato de explicarle a mi entorno y a los demás.”
Al centro de Loma Hermosa asisten 55 chicos que reciben el servicio de nutrición, estimulación temprana y pediatría. Para las madres ofrecen talleres de oficio como costura o peluquería, y también de cocina para que aprendan a utilizar los alimentos. “Al principio abría y cerraba el centro, limpiaba, fraccionaba los alimentos, y este año empecé a trabajar como asistente social porque es lo que estoy estudiando. Me ayuda conocer a todas las madres y los chicos, entonces tengo más confianza. Acompaño al servicio social a hacer las visitas de las madres a las casas. Lo que más me gusta es estar con las madres. En este momento me estoy formando para poder tener un futuro en la organización. Soy una afortunada porque no muchos tienen la posibilidad de trabajar de lo que estudian”, dice Bárbara, que reconoce que muchas veces se enoja con las madres porque tienen poca constancia y hay que perseguirlas para que se ocupen de sus temas.
“Ahora les puedo dar más herramientas, asesorarlas sobre dónde tienen que ir a hacer trámites y denuncias. Las madres están acostumbradas a que nosotras les hagamos todo, pero la idea es que ellas se hagan responsables de resolver sus problemas. Entonces nosotras les damos la información, las acompañamos y las empoderamos”, concluye Bárbara.
Leonas en sus propias selvas, estas mujeres demuestran como, desde la necesidad extrema pero con mucha voluntad y compromiso, fueron llenando un espacio social que estaba vacante . Hoy son las líderes de una comunidad, que las admira pero también las necesita.
CARACTERÍSTICAS DE UNA LÍDER SOCIAL EXITOSA
Carisma
Persona con un gran empeño de transformación social y que lucha con determinación por una misión concreta. La líder destaca por ser un nodo aglutinador dentro de las redes sociales y producir conciencia de los integrantes de la colectividad en realizar acciones.
  • Debe promover causas sociales
Su motor tiene que ser temas como los derechos humanos, el medio ambiente o la lucha contra la pobreza, entre otros.
  • Vocación de servicio
La líder se destaca por su saber y buen hacer en beneficio del bien común, así como por la pasión por lo que hace y el corazón que pone en ello.
  • Facilidad de comunicación con los miembros de la comunidad y organismos externos
  • Relaciones humanas de trato y respeto hacia los miembros de la comunidad
Impulsa un liderazgo más horizontal e inclusivo, lo que le permite estar más en contacto con los vecinos y sus problemas.
  • Formación social y humana para lograr resultados
Persona capaz de impulsar, acompañar y sostener con su comunidad, procesos de desarrollo.
  • Coherencia
Se espera que atesore una trayectoria vital que avale su legitimidad para liderar (coherencia entre el decir y el hacer), que tenga una gran calidad humana y que sea honesta.
Fuente: La Nación
Categorías: líderes

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