ELENA MONCADA:Nació en Villa del Parque y vivió durante muchos años en Buenos Aires en situación de prostitución. Pudo salir y reconstruirse sobre las ruinas de lo que había sido su vida. Mañana presentará un libro en el que invita a pensar sobre las complejas y sutiles redes que mantienen a una chica parada en una esquina.

“Quiero que quede claro que la prostitución no es un trabajo”, dice apenas se sienta. Pone el libro sobre la mesa como escudo y muestra las cartas de entrada, como quien ya no quiere andar con vueltas. Tiene miedo del prejuicio ajeno, ése que sobrevuela las calles día y noche al parche del “están ahí porque quieren”.

Elena Moncada vivió en situación de prostitución durante 18 años. Tenía 23 cuando se enamoró y se fue a vivir a Buenos Aires, seducida por la posibilidad de un mundo de colores frente a la postal gris que le proponía cada mañana Villa del Parque.

No tiene padres: su mamá murió cuando ella tenía 8; respecto del papá no aparecen palabras. “Somos muchos hermanos, pero hay cuatro que estamos siempre juntos. A ellos les dolió mucho todo lo que me pasó, atravesamos un montón de crisis”, cuenta. Es mamá de cuatro hijos que hoy tienen entre 32 y 25 años. Ellos conocen su historia y hoy la acompañan.

“Yo era chica. Me enamoraron, me pintaron ese mundo y yo fui entrando sin darme cuenta. Imaginate que en un año me mudé 16 veces. El daño que les hice a mis hijos fue gravísimo. En el entorno, lo que yo escuchaba era ‘bueno, por lo menos va a hacer plata’ ”, cuenta.

Los chicos se criaron en Buenos Aires y se fueron volviendo a Santa Fe uno a uno, a medida que volaban las hojas del calendario. “Traté de educarlos lo mejor que pude; siempre intenté que se mantuvieran alejados de todo eso, pero no les oculté nada”, dice ella. Y reflexiona: “No es tan fácil poner la vida de una en las manos de la gente”.

—¿Cómo fue que decidiste dar este paso?

—Creo que ninguna de las mujeres que estuvimos en situación de prostitución quedamos bien después. Es muy difícil poder retomar una relación normal con las otras personas. Sé que tengo cabeza para pensar, para actuar, para seguir haciendo cosas, creando. Pero a mi cuerpo todavía no lo puedo encontrar. Es una parte que ha quedado muy golpeada.

Mientras estás adentro, todo está naturalizado. Entonces, la prostitución es algo más, un tipo es algo más. Y por la cabeza pasan: las zapatillas de los chicos, poder comprar tus cosas. Y la droga: poder comprarla para seguir viviendo.

La prostitución no es un trabajo. No se elige. Algunos dicen: ‘Vos podrías haber elegido otra cosa’. Yo no tenía estudios, estaba en el barrio, no tenía posibilidades. Era mi único horizonte. No quiero que me tengan lástima, no necesito la lástima de nadie. Sí me interesa que, antes de juzgar, las personas piensen que, de una u otra manera, por una u otra razón, nadie elige estar parada en una esquina. Para elegir hay que ser libre, y esas chicas no lo son. En ese momento sos vulnerable y no podés pensar. Y te graban en la cabeza que vos no sabés hacer más que eso.

—¿Hubo un “click” en la historia para poder salir de ese mundo, o se trató de un proceso?

—Un día me encontré después de no sé si tres o cinco días -no recuerdo la totalidad- muy drogada, tirada en una esquina de Constitución (que era lo más peligroso que podía haber), con plata en los bolsillos. Tendría 36, 37 años, y ya me había pasado de todo. Pero ese día creo que de verdad me asusté. Fue como si me despertara y me pasara la vida entera por delante.

Un millón de años luz

Ése fue el fondo: desde allí, empezó a reconstruirse de a poco. Para levantarse se apoyó en bastones como la militancia en Ammar CTA, y luego en la Asociación de Mujeres Argentinas por los Derechos Humanos.

Antes le habían pasado cosas, como recordar, un día cualquiera a sus 32 años, el abuso que había sufrido de chica. Más que recordarlo: comprender que esa experiencia que ella había vivido era abuso. “Yo me acordaba, pero para mí era algo natural. No lo había podido pensar como si no fuera algo normal. Esa persona me quería, me tenía cariño: era un familiar”, dice.

Y finalmente, el empujón definitivo: su hija le anunciaba que estaba embarazada. Elena sería abuela. Corría el 2005: era el momento de decir basta. En un seminario al que accedió a través de la Fundación Buenos Aires Sida, pudo vislumbrar un panorama distinto. “Fue muy fuerte, fue como empezar a despertar”, compara.

El parto demoró tres años. Dejar las drogas parecía una meta imposible, tanto como acostumbrarse a tener 50 pesos en el bolsillo en vez de 500. Finalmente, un día, Elena pasó de mirar cielos de semipisos a metros del Obelisco, a posar sus ojos nuevamente en la piecita, baño y comedor de Villa del Parque. El libro aborda los escalones que subió para llegar a ese piso. “Gané millones en tranquilidad”, afirma ella.

Hoy está al frente de la institución “Santa Fe en actividad por los derechos de las mujeres”, con sede en Juan Díaz de Solís 3865. Se recibió de manicura, hizo una diplomatura en Trata y dicta talleres de prevención en VIH.

También recorre las esquinas y les lleva preservativos a las chicas. “Me interesa que ellas se puedan pensar. Yo blanqueo mi situación de entrada, entonces ellas se sienten habilitadas para hablar conmigo de igual a igual. A veces me preguntan si convivo con el virus: no, pero me podría haber pasado. Por eso vivo esta etapa como un agradecimiento, porque después de todo lo que viví, podría haber terminado muy mal”.

Me verás volver

“Todavía no tengo 50 años y me parece que viví lo que podrían haber vivido cuatro personas juntas: las mudanzas, los cambios, los escondites, escaparse todo el tiempo”, dice Elena.

Antes de poner el punto final al libro, se pegó una última vuelta por Constitución. “Esto me va a derrumbar, o me va a dar más fuerza”, se dijo. Recorrió las antiguas esquinas como un turista que visita su propio pasado; vio a sus viejas compañeras abandonadas a su suerte, algunas junto a sus hijas.

Después de meses de grabaciones y tipeo, de lágrimas y agotamiento, de podar para que los textos no lastimaran, las historias llegaron al papel.

Luego vendría la etapa de pedir ayuda económica: caminar y golpear puertas. Con eso logró una primera tirada de 200 libros. Mañana a las 20, en El Solar de las Artes, 9 de Julio 2955, será la hora de la presentación: el último desafío. “Mi miedo es el debate. Hay palabras que me duelen. Sólo el que lo vivió sabe de qué se trata todo esto. Pero invito a la gente que vaya y escuche. Se trata de instalar el tema en Santa Fe, no desde el prejuicio sino desde la comprensión”, invita.

Escribirse
El libro fue realizado sobre la base de grabaciones de conversaciones que la autora mantuvo, entre 2010 y 2012, con integrantes de la Asociación Civil Canoa. Cecilia Rugna señala: “Elena nos introduce a un universo desconocido y paralelo de la prostitución. Paralelo porque esta ahí pero no lo vemos. Porque está de día y de noche, en los cuerpos de esas mujeres que esperan, es marginal y lleno de silencios. Elena se escribe, Elena se nombra. Pero este acto en nombre propio hace emerger también a otras. Las silenciadas por las secuelas de las mil y una caras de la violencia, las que están atrapadas, las que no pueden salirse, las que no tienen palabras. La valentía de Elena, de contar su historia para que otros puedan tener menos prejuicios, es grande porque al hablar en nombre propio nos exponemos a la mirada de los demás”.

Categorías: libros

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