Por Noelia Ramirez, osr.
Hoy vino Betty. Sus botas altas y su short corto no llaman tanto la atención como su mirada triste…Está cansada, ya no quiere seguir en la calle. Ayer un tipo se quiso “pasar” en el hotel. Se defendió con un zapato. Los tacos altos pueden cumplir varias funciones.
Ayer visitamos a Karen en la parada. ¡En esa esquina hay tanto ruido! El tránsito es infernal, frenadas, bocinas, arranques, todo es un ruido ensordecedor. Todavía llora la muerte de su mamá. Ya pasaron 6 meses. Nosotras continuamos visitando a otras mujeres, ella permanece esperando en la esquina. Al menos un abrazo ayudó a enjuagar esas lágrimas.
María está enferma. María está enferma, sola con su hijo, sin plata, lejos de su país y su familia. Una compañera paisana “le da la vuelta” para ver si necesita algo o prepararle la comida cuando ella no puede. Si empeora quiere volver a su país ¿Qué va a ser sola y enferma con su hijito?
Suena el timbre y sabemos que es ella. Es Ada que está aprendiendo a leer y escribir. No falta nunca. Ella sabe que este es su momento, lo sabe y lo está aprovechando por eso viene aunque esté lloviendo. Este es su momento, el de iluminar su rostro con una sonrisa.
Y las historias continúan. Pero no son sólo casos o estadísticas. Son nombres concretos, con sus rostros, historias, sueños y esperanzas. Son ellas, las mujeres en quienes vemos la imagen de Jesús Redentor.
Cumplir 150 años de misión junto a la mujer en situación de prostitución es motivo de alegría y esperanza. Celebrarlo nos lleva a afianzar el llamado que recibimos de Dios a imitar sus acciones de amor y misericordia compartiendo la vida con tantas mujeres.
Ya han pasado 150 años que el P. Serra invita a M. Antonia a recorrer las calles de Madrid donde estaban las mujeres que ejercían la prostitución. Juntos descubrieron que ellas, las mujeres, eran la gracia de Dios que llegaba a sus vidas.
150 años pasaron desde ese 01 de Junio de 1864 en que se abrieron las puertas de la primera casa de Ciempozuelos, en España, dispuesta a recibir y compartir la vida con mujeres que buscaban un futuro más justo y digno.
Hoy vino Betty, visitamos a Karen y a María, nos alegramos con Ada y soñamos los sueños de muchas mujeres que encontramos en las recorridas de trabajo de campo y que nos visitan en los centros de día.
Diferentes lenguas y culturas. Las mismas certezas en la misericordia de un Dios que vino para que tengamos vida en abundancia.
Al celebrar hoy estos 150 años de misión, al levantar la mirada y reconocer las acciones e incidencias de los proyectos Oblatas presentes en casi todo el mundo, el corazón se ensancha de agradecimiento y emoción. Como familia Oblata alabamos a Dios por habernos llamado, convocado y enviado a recorrer juntas este camino de amor y liberación.
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