Por Diego Díaz scj             
                                  
Este artículo intentará ser una reflexión a partir de una experiencia personal de caminar la calles del barrio donde vivo, Flores, para muchos conocido como zona roja, sin embargo los que transitamos la ciudad cada día, no distinguimos estos colores, por lo menos a mí vista no aparecen zonas rojas, verdes o amarillas, sino que son barrios, con personas, con historias, con vidas, con encuentros y desencuentros.
Mientras caminaba por el barrio leí un cartel dejado por algún vecino o vecina que quizá con un modo de combatir la prostitución en el barrio había pegado carteles que decían ¡fuera prostitutas! ¡ Aquí no las queremos!
Sin duda que fue desde mi compromiso con las mujeres que sufren la explotación sexual como un modo de ejercer poder y violencia sobre las mujeres lo que movió mi reflexión. En un primer momento pensé y sentí  enojo por este cartel, luego respire y cuando pude identificar mi enojo, comencé a reflexionar  ¿quién soy yo para decidir si entra o está afuera alguien? ¿ qué derecho tengo yo para juzgar la vida de las personas para decidir si están afuera o adentro?  Y así se me vinieron los rostros concretos de las mujeres con las que comparto las tardes y los talleres en Puerta Abierta Recreando, y agradecí por que exista un espacio donde ellas, pueden entrar y disfrutar de la cercanía el buen trato, las risas, las lágrimas, los abrazos y la calidez del reencuentro. Y pensé que lástima que el que puso ese cartel solo se atreve a mirar el mundo desde un solo lado, y no ver que hay una persona, en esa mujer que se para cada día en una esquina o en la calle.
Muchos medios y gente ahora reconoce a Flores como el barrio del papa Francisco, y pensé que gesto concreto tendría él, con esta mujeres de su barrio, ¿les diría a fuera? y recordé en el instante mismo los gesto de  Jesús de Nazaret, en su invitación a que todos estén en el corazón de Dios, que todos podamos estar en los lugares donde nos sentimos cuidados/as, contenidos/as. 
Como sociedad, como colectivo humano, no podemos seguir buscando afuera, lo que llevamos adentro, la inclusión, la solidaridad empiezan por ponernos y cruzar la vereda del prejuicio y de las visiones a las que estamos acostumbrados y dar la posibilidad que la puertas de abran para que todos/as podamos entrar. La decisión no pasa por uno/a, por los que tienen el poder, sino es decisión y responsabilidad de cada uno/a.
La invitación es hacerse responsable de cual lugar elijo para mí. Afuera o adentro, pero que sea decisión libre y personal.
Mientras escribo este artículo escucho una canción de la colombiana Marta Gómez  y ella me inspira a seguir soñando junto a las mujeres que cada día se atreven a abrir puertas y a soñar, a experimentar la ternura de un Dios que cada día nos sale a buscar y nos incluye en su corazón y nos permite entrar en su cercanía, el afuera y adentro lo decide cada uno. Yo decidí estar adentro y ayudar a que otros/as puedan estar allí donde los sueños y los proyectos se van tejiendo con la mujeres que optan por la vida.
“Que no falte un sueño que me ate”

Que no falte un sueño que me ate
A este mar de olvido que es vivir
Y si se me olvida en un instante
Entonces te pido estar ahí

Para verte y sonreír, y perder la vida ahí
Esconderme en tu mirar
De silencio y soledad

Que no falte un sueño si es de noche
Y la luna te sale a buscar
Que no se te olvide darme un beso,
Antes de que vuelva a despertar

Categorías: de todo un poco

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