Por Mariana Cortez
José Gabriel del Rosario Brochero nació el 16 de marzo de 1.840 en Santa Rosa de Río Primero, Córdoba. Ingresó al Seminario Mayor de Córdoba “Nuestra Señora de Loreto”, el 5 de marzo de 1.856, cuando tenía 16 años.
Es ordenado sacerdote el 4 de noviembre de 1.866. El 10 de diciembre del mismo año celebra su primera misa en la capilla del Colegio Seminario “Nuestra Señora de Loreto”, donde hoy se encuentra la Plazoleta del Fundador.
En diciembre de 1869 asume el Curato de San Alberto, siendo San Pedro la villa que hacía de cabecera en aquel departamento. Por aquel tiempo, el extenso Curato de San Alberto (de 4.336 kilómetros cuadrados) contaba con poco más de 10.000 habitantes que vivían en lugares distantes sin caminos y sin escuelas, desperdigados por las Sierras Grandes de más de 2.000 metros de altura. Ante esta realidad, el corazón apostólico de Brochero no se desanima, fiel al evangelio de Jesús, desde ese momento dedicará toda su vida en luchar por los derechos de su comunidad, mediante la educación y promoción social de sus habitantes.
Al año siguiente de llegar, comenzó a llevar a las mujeres y hombres a la ciudad de Córdoba, para hacer los Ejercicios Espirituales recorriendo unos 200 kilómetros cruzando las sierras. Esta travesía requería tres días a lomo de mula y las caravanas muchas veces superaban las quinientas personas. Más de una vez fueron sorprendidos por fuertes tormentas de nieve. Al regresar, luego de nueve días de silencio, oración y conversión, sus feligreses iban transformado sus vidas al estilo de Jesús de vida, siguiendo su Evangelio y buscando el desarrollo económico y social de la zona.
En 1.875 comenzó la construcción de la Casa de Ejercicios de la entonces Villa del Tránsito (localidad que hoy lleva su nombre). También construyó la casa para las religiosas, el Colegio de niñas y la residencia para los sacerdotes.
Contando siempre con la ayuda de la comunidad, construyó más de 200 kilómetros de caminos y varias iglesias, fundó pueblos y se preocupó por la educación de todos. Mediante su personalidad política y estratégica, siempre en busca del bien de su pueblo, solicitó ante las autoridades la construcción de mensajerías, oficinas de correo y estafetas telegráficas, para lograr la comunicación entre cada una de las poblaciones lejanas. Proyectó el ramal ferroviario que atravesaría el Valle de Traslasierra uniendo Villa Dolores y Soto para sacar a sus queridos serranos de la pobreza en que se encontraban, “abandonados de todos, pero no por Dios”, como solía repetir.
En sus recorridas por los pueblos y parajes, siempre acompañando el caminar de las mujeres y hombres de su tiempo, contrae lepra. Esta enfermedad no disminuyó su tarea cotidiana ni menos aún, el amor por su gente. Pocos días después de su muerte, el diario católico de Córdoba escribe: “Es sabido que el Cura Brochero contrajo la enfermedad que lo ha llevado a la tumba, porque visitaba largo y hasta abrazaba a un leproso abandonado por ahí”. Debido a ello, renunció al Curato, viviendo unos años con sus hermanas en su pueblo natal. Pero respondiendo a la solicitud de sus antiguos feligreses, regresó a su casa de Villa del Tránsito, muriendo leproso y ciego el 26 de enero de 1.914.
Años después de su muerte, la Iglesia comienza a reconocer el testimonio vivo y profundo del Cura Brochero: primero, con su beatificación el 14 de septiembre de 2.013 y hace menos de dos, con su canonización el 16 de octubre de 2.016; la cual se celebró con enorme entusiasmo y gratitud en su Córdoba natal y en todo el mundo. Brochero es hasta ahora, el primer santo que nació, vivió y murió en Argentina, y desde ese momento, el Papa Francisco fijó su festividad el 16 de marzo, fecha de su nacimiento.
En estos tiempos de desesperanzas, desencuentros y señales de muerte a nuestro alrededor, es de justicia hacer memoria del testimonio de José Gabriel, fiel testigo de Cristo, y, sobre todo, fiel a su pueblo, a su gente. Defensor de los derechos humanos, con su avidez y pasión, luchó para mejorar las condiciones de vida de los pueblos y parajes que visitaba. Incansable evangelizador, nos dejó en claro que, sin una transformación del corazón hacia Dios, no es posible el desarrollo social, económico, cultural y una educación de calidad para todos.
En una de sus cartas nos dice: “He podido pispiar que viviré siempre, siempre en el corazón de mi pueblo, puesto que la vida de los muertos está en el recuerdo de los vivos”. Que la vida de nuestro “curita gaucho” nos anime a ser fieles testigos del Resucitado, nos abra los ojos con esa visión profética que lo animó, como grito en defensa de la dignidad de los pueblos.
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