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Susana Toporosi* Psicoanalista de niños y adolescentes.Clínica del abuso sexual en la infancia y la adolescencia
Susana Toporosi* Psicoanalista de niños y adolescentes.Clínica del abuso sexual en la infancia y la adolescencia
¿Qué es el abuso sexual?
El abuso sexual es la convocatoria a un niño, por parte de alguien por lo menos 5 años mayor que él, a participar en actividades sexuales que no puede comprender, para las que no está preparado su psiquismo por su nivel de constitución y a las cuales no puede otorgar su consentimiento desde una posición de sujeto, y que viola los tabúes sociales y legales de la sociedad. Las actividades sexuales pueden consistir en cualquier tipo de relación orogenital, genital o anal con el niño o un abuso sin contacto como el del exhibicionismo, voyeurismo o la utilización en la pornografía, la explotación sexual de niños, niñas y adolescentes para la prostitución; incluye una amplia gama que varía desde la violación forzada hasta la sutil seducción. La familia, sostenida a su vez por el Estado, debería garantizar, además de los cuidados materiales y afectivos, la no confusión entre sexos y generaciones; son los anclajes simbólicos imprescindibles para su inserción en la cultura. El abuso sexual es el resultado de la desmentida de la diferencia de generaciones, que lleva a que se produzcan relaciones sexuales entre padres e hijos.
¿Cuál es la diferencia entre abuso y juegos sexuales?
La condición para el abuso es que haya sometimiento de un sujeto a otro y esto puede ocurrir aun entre niños de edad similar. Esto marcaría la diferencia entre abuso sexual y juegos sexuales. Para que haya juego debe existir el consentimiento de ambos sujetos. Cuando la diferencia de edad es de varios años, es difícil hablar de juego, ya que el niño puede asentir pero desde un lugar de sometimiento. Para hablar de juegos sexuales ambos niños deben estar de acuerdo en el juego. Se producen esporádicamente, y habitualmente ambos niños sienten culpa por su juego, que responde al deseo de exploración del propio cuerpo y del cuerpo del otro en busca de placer y por curiosidad experiencial. En el abuso, la satisfacción está en tener el poder de ejercer el dominio y el sometimiento del otro.
¿Por qué cuando hay abuso no hay amor?
Muchas veces podemos escuchar que los padres abusadores dicen a sus hijas que lo que ellos les hacen es una manifestación del amor entre padre e hija. Los testimonios de niñas abusadas me hacen pensar que esto no es visto así por las niñas, quienes generalmente sienten un enorme rechazo por esta intromisión en su cuerpo y en su cabeza. Esta involucración del propio cuerpo es diferenciado del amor por parte de la niña.
El amor por los hijos toma la forma de ternura. Esta posibilita otras formas de contacto que no son el ejercicio directo de la sexualidad ni el goce con el cuerpo del hijo. El goce con el cuerpo de los niños, ya sea en la violencia como en el abuso sexual, constituye una forma del ejercicio del sadismo, que es el apoderarse del niño para su propia descarga y placer, sin interesarse por él como sujeto, sino tomándolo como objeto de su propia satisfacción. Por eso, los padres que no pueden rehusarse a ese ejercicio directo de la sexualidad no aman a sus hijos de ese modo, sino que gozan con su sufrimiento. Allí está ausente la ternura.
Por esto también, el niño lo vive como traumático, por más que a nivel del cuerpo registre excitación y placer en alguno de los episodios del abuso.
¿Cuáles son las condiciones necesarias para que un abuso se produzca?
El abuso sexual sucede siempre en una relación aparentemente excluyente, de dos, entre el niño y el abusador; en secreto, sin testigos, y es ese secreto lo que condiciona a que continúe. Solemos escuchar frases tales como: “Me dijo que si se lo contaba a mi mamá la iba a hacer sufrir”, “Es un hermoso secreto entre nosotros dos”, “Es una verdadera demostración del amor entre padre e hija; si se lo contás a mamá se va a poner celosa”. Son la evidencia de que el mantenimiento del secreto es la condición para que se perpetúe. En la mayoría de los casos hay amenazas por parte del abusador: “Si se lo contás a mamá vas a destruir la familia”. El mantenimiento prolongado del secreto por parte del niño o adolescente suele ser el efecto de:
Una sensación de que no hay en quien confiar para que pueda escucharlo, creerle y contenerlo. Esta sensación suele corresponder casi siempre a algo real. Pero el temor a que no le crean suele provenir, además, de la propia disociación y desmentida con la cual el psiquismo del niño se ha defendido para poder sostener durante tanto tiempo semejante peso. La propia experiencia que las adolescentes relatan es que sintieron al principio que no podían creer que su propio padre estuviera haciendo tal cosa y que sobrevenía la confusión para no tener que reconocer lo que estaba sucediendo.
La sensación de que no hay un adulto que pueda registrar espontáneamente los cambios que se producen en el niño ante semejante situación en su vida. El contacto con muchas pacientes abusadas me muestra que siempre hay trastornos significativos y visibles.
Cuando hay algún adulto con capacidad de sostén el abuso generalmente se interrumpe rápidamente por el registro de ese adulto o porque la niña o el niño se animan a contarlo. Los abusos que se perpetúan en el tiempo conllevan la falla ambiental de por lo menos dos adultos. En la cuestión de que el niño pueda contarlo a un tercero confiable y que éste sea capaz de escucharlo y hacer algo para protegerlo se juega el destino principal y la posibilidad de que el abuso cese con las menores consecuencias posibles para ese niño. La cuestión de que el niño se sienta escuchado pasa entonces a primer plano.
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