Por Fernando Guzmán
El pasado 27 de febrero, en el hospital militar de Córdoba, fallecía el genocida Luciano Benjamín Menéndez. 
Menéndez fue comandante del Tercer Cuerpo de Ejército (Córdoba). Tuvo a su cargo el área 311, que incluyó diez provincias argentinas. Estos distritos y sus pobladores conocieron las manos criminales de Menéndez, aquellas que ejecutaron torturas, desapariciones, secuestros, apropiaciones de bebés, asesinatos y violaciones.
El ex comandante recibió 12 condenas a cadena perpetua. Una de ellas, la del 4 de julio de 2014, cayó sobre él al encontrarlo responsable de la muerte del obispo Enrique Angelelli. 
Acerca de Menéndez, se supo de qué murió y dónde. Sus familiares pudieron despedirlo. 
No podemos decir lo mismo de muchas de sus víctimas.  
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La historia de la violencia estatal en la Argentina comienza antes de 1976. Pero el período durante el cual se desarrolló un plan sistemático de exterminio, sí podemos decir que comenzó el 24 de marzo de aquel año. Aquel día, la junta militar integrada por Videla, Massera y Agosti tomaron el poder. 
Quiero compartir tres consideraciones: 
1) La dictadura no fue un fin en sí mismo, sino el modo de imponer un plan económico que incluía la liberalización financiera, la desregulación laboral, el congelamiento de salarios y el endeudamiento externo. 
2) El brazo militar de la dictadura fue uno de varios e, incluso, apenas el ejecutor. La dictadura fue cívico-militar-empresarial-religiosa. 
3) Mirando el contexto continental, no podemos independizar desvincular lo ocurrido en la Argentina del plan denominado “Operación Cóndor”, cuyos mentores, claro está, hay en Estados Unidos.
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Este 24 de marzo no podemos dejar de pensar, cuánto de aquel terror aún está presente en nuestra sociedad. Quizá sea ese miedo tan brutal y eficazmente introyectado el que alimenta muchas veces nuestra parálisis ante las actuales reediciones de la violencia estatal, ante las constantes violaciones a los Derechos Humanos o ante las medidas económicas que son hijas directas de aquellas de los años ‘70. 
La gestión del actual gobierno nos está mostrando cuánto hay de vivo en aquello que creímos sepultar. 


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