Por: Hna. Juana Lezcano, osr – Centro Madre Antonia, Rosario

Ofrezco este mensaje que fue fruto de una construcción conjunta en el Centro Madre Antonia. 
Hace tiempo que un grupo de mujeres estamos preparando pesebres artesanales. Es una actividad que dinamiza un trabajo en equipo donde todas colaboramos con algo.
Y mientras se va tejiendo, trabajando, surge alguna reflexión. Se comparten cosas de la vida cotidiana, temas que emergen cada día según las circunstancias. Entonces se me ocurrió hacerles la propuesta de transmitir juntas un mensaje de Navidad para la Revista Puerta Abierta.
Partiendo de una pequeña consigna fuimos tejiendo palabras llenas de sentido y profundidad. 

Fue un momento precioso donde pensar en la Navidad nos hizo acercarnos a la “Sagrada Familia”, lo que significa el nacimiento de Jesús en nuestras vidas, donde también pensamos en nuestra propia familia como espacio sagrado. 
Nos preguntamos ¿Qué significa para nosotras la Navidad en este tiempo? ¿Cómo era la familia de Jesús? ¿Cómo es mi propia familia? Así se entrelazan palabras cargadas de sentimientos y fe profunda. Se afirma que la Navidad es un momento para unir la familia, un momento de compartir con la familia, pedir perdón y pasar lo mejor posible. Para algunas, es un momento triste porque falta alguien que ya no está… Se vive una mezcla de sentimientos, recuerdos. En medio de todo sabemos que es el cumpleaños del “Niño Jesús”. Reconociendo que el nacimiento de Jesús marca un antes y un después en la historia del pueblo de Dios y de toda la humanidad porque ha nacido el Salvador, nuestro médico, nuestro abogado, nuestro maestro, nuestro amigo. 
¿Qué significó hacer pesebres entre todas? 
Es algo emocionante la forma en que trabajamos. Entre todas hacemos algo, poniendo un poco cada una. También consideramos la experiencia de sentir que las personas valoran nuestro trabajo. Reconocemos que ponemos esfuerzo y amor en lo que hacemos.
Luego de esta primera instancia de poner en común los pensamientos y sentimientos en relación a la Navidad, dejamos que la propia escritura nos hable del nacimiento de Jesús:
“Por aquellos días, Augusto César decretó que se levantara un censo en todo el imperio romano. Este primer censo se efectuó cuanto Quirino gobernaba Siria. Así que iban todos a inscribirse, cada cual en su propio pueblo. También José, que era descendiente del rey David, subió de Nazaret, ciudad de Galilea, a Judea. Fue a Belén, la ciudad de David, para inscribirse junto con María su esposa. Ella se encontraba encinta y, mientras estaban allí, se cumplió el tiempo. Así que dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada”. (Lc. 2, 1-6)
Aquí contemplamos la “Sagrada Familia”. María y José juntos y viviendo según las costumbres y leyes de la época. Mientras van de camino llega el momento de dar a luz y se detienen. Son ligeros de equipaje, pero necesitan un lugar para el recién nacido. Jesús nace en un pesebre, lugar humilde, despojado de lujos y en condiciones que podríamos llamar de vulnerabilidad y riesgo. Todo esto porque no había un lugar para ellos en la posada. 
Entretejiendo nuestra realidad de hoy con la realidad de Jesús podríamos dialogar con estas historias y captar el mensaje que sea luz para nuestras vidas.
Tal vez preguntarnos qué lugar o que posibilidades tenemos hoy para acoger la vida, para que nazca lo nuevo que viene. Ese lugar relacionado al espacio no solamente material sino también qué lugar encuentro en mi familia, en mi barrio, en el contexto donde vivo. Qué lugar tengo en el corazón de las demás personas ya sea en mi familia, en el ámbito laboral y otros espacios. 
También parar para darnos cuenta qué lugar le doy a las personas en mi vida, en mi corazón. Para tejer relaciones se necesita de tiempo, paciencia y espacio.
Que este tiempo nos ayude a crear ese espacio sagrado donde cuidar y fortalecer la vida, los vínculos. Podemos ser ese espacio sagrado que abraza, que sostiene y es sostenido, que cura, que protege y que cuenta con el amparo de alguien.
Bendito Dios que quiso enseñarnos a ser Buena Noticia desde esa humilde condición al nacer. El evangelio se escribe desde un pesebre sencillo donde lo que importa es saberse cobijado por el abrazo humano que da un lugar en el mundo para ser y existir.
Al pensar nuestros deseos para esta Navidad nos movilizan hasta la fibra más íntima, nos emociona. Porque le pedimos paz a Jesús sabiendo que a veces nuestras familias están divididas y deseamos que la familia esté unida. Le pedimos paz para el lugar donde vivimos porque nos sentimos inseguros y tenemos miedo ante tanta violencia. Le pedimos que no tengamos malas noticias cuando ya hemos pasado por la dura experiencia de perder una compañera después de haber sido golpeada. Le pedimos a Jesús que nos dé fuerza para seguir rezando porque es lo que nos sostiene para seguir viviendo. Y nos ponemos de pie para pedir que en nuestro grupo de mujeres nos sintamos como esa gran familia donde hay lugar para todas las personas, donde nadie queda afuera, donde es posible la paz y el perdón ante cualquier dificultad. Y que todas sintamos paz, amor y felicidad. 
¡Ven Jesús! “Si tu no vienes, olvidaremos la esperanza que llevamos. Pero si vienes y en el silencio del alma escribes renglones nuevos entre nosotras se irá tejiendo la historia cierta del Nuevo Reino. Por eso ven”.

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