El mirar tembloroso de mujer enamorada

Del libro Un mirar que genera encuentro
María Cruz Ciordia (O.S.R.)
Edición De Signe, 2007

Sobre todo es una época de intensas vivencias afectivas y espirituales. El amor vuelve a llamar a tu puerta y, esta vez, te sientes profundamente enamorada.

El secretario personal de la reina, Antonio Rubio, descubre en ti una mujer llena de vida, sensibilidad, cultura, elegancia y virtud, y su corazón va en tu busca y tú confiesas: “Me siento amada y pronto comprendo que mi corazón no es insensible a su delicadas atenciones”. (Historia de una conciencia.1854. B.H.I, p. 1). Así nos desvela con sinceridad tu vivencia de mujer enamorada que ama y se complace, que sufre y lucha contra sus propios sentimientos, porque en tu persona sigue muy vivo el deseo de consagrarte a Dios en la vida religiosa. Antonio insiste y tú buscas la luz a través de las mediaciones que te rodean: tus amigos maestros, tus mejores amistades, los confesores que orientan tu vida espiritual… y lanzas cada día tu pregunta a Dios: “Señor, ¿Qué quieres que haga?” (Ibídem). Cuando parece que se abre una claridad y te dispones a responder a las llamadas de Antonio, él, con dolor y entre lágrimas, te comunica que ya ha El mirar tembloroso de mujer enamorada optado por otra persona y que está preparándose la boda. Ahora al dolor e incertidumbre se suma un cierto sentimiento de culpabilidad: “Es menester haber pasado por todas las angustias que abrumaron entonces a mi alma para tener una idea de lo que yo sufrí”.
Al releer “Historia de una conciencia”, ese precioso documento autobiográfico en el que nos regalas tu espacio íntimo donde la vivencia se nos impone, vienen a la memoria las palabras que, un siglo después, escribirá otra mujer española, Cristina de Arteaga y Falguera, hija de los duques del infantado, escritora abadesa de la Orden de San Jerónimo:  “Nadie sospechara lo que he sufrido ¡Tú lo sabes, Señor! Nunca quieras echar en el olvido que todo el drama de mi vida ha sido la lucha del amor contra el Amor” (Ernestina de Champourcín. Dios en la poesía actual, A.B.C. 1., p. 209)
Por fin, reconoces y aceptas esta experiencia en tu vida, y recobras la serenidad y la confianza de si todas las puertas se cierran…
Antonia M. de la Misericordia Fundadora quien se sabe enteramente en las manos de Dios. Son muchas las vivencias y muchos los aconteceres, hasta que tu potencialidad afectiva se deja impregnar por el amor, al lado en que Dios ama.
Tu existencia es, sin saberlo, un camino progresivo hasta llegar hacer lugar de encuentro para la mujer que padece las duras consecuencias del fenómeno social de la prostitución. Porque crees en el amor, ese juego limpio de oferta recíproca entre dos personas, te pones a su lado y te ofreces a caminar con ella, hacia espacios más luminosos.
Por otra parte, puedes tener un diálogo abierto y sereno con Antonio, después que un acontecimiento imprevisto, impidiera realizar su boda.
Pasáis, ahora, al nivel de la amistad. Una amistad reciproca que supone “el encuentro de dos personas como tales, en su condición única, no intercambiable, proyectiva, capaz de imaginación y apertura y con vocación de permanencia. Esta amistad nos permite gozar de la compañía sin destruir nuestra soledad, y tiene una posibilidad de remanso en que la vida se aquieta y sedimenta”.
(Julián Marías. “Mapa del mundo personal”.  Alianza Ed., 2005, p. 109).
Por fin, en octubre de 1860 se casa la más pequeña de las infantas, tu querida Titina, con José Bernaldo Quirós, hijo de los marqueses de Camposagrado, y te ves precisada a tomar nuevo rumbo en tu vida. Quedarte con la familia real no parece posible por el fuerte recorte de presupuesto para gastos de personal. ¡Cómo te decepcionas al ver que no se te asigna pensión, a la hora de terminar tu trabajo
de institutriz que ha durado trece años! Te duele profundamente que la reina, a la que guardas un gran cariño, no contemple tu situación con justicia y generosidad.
Es el duque de Riánsares el que toma cartas en el asunto y, con mano izquierda, logra asignarte una pensión de 1.500 francos anuales, unque figuraran como dados por las infantas. Situación bastante anómala que tu señalas en carta a Antonio Rubio, desde Friburgo, el 25 de marzo de 1861 “En suiza nadie me pregunta si salgo con pensión, sino cuánto tengo de pensión”

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