Consagrar la vida es decir “Sí” al llamado de Dios, como lo hizo Padre Serra,
fundador de la Congregación de Hnas. Oblatas del Santísimo Redentor, a lo

largo de toda su vida.


Podemos decir con certeza que José María Benito Serra fue un hombre de corazón contemplativo,
ya que supo descubrir en la realidad histórica que le tocó vivir las señales de Dios, los llamamientos
que lo invitaban a recorrer caminos nuevos, porque también él “escuchó el clamor de su pueblo”
(Ex.3). Y en su andar de peregrino buscó siempre seguir su vocación.
La vocación es un llamado profundo que se siente en el corazón. Es posible decir que Padre Serra
tuvo varias “vocaciones”, o como es mejor, decir que su vocación de seguir a Jesús lo llevó a estar
dispuesto a contemplar la realidad de su tiempo y descubrir en ella nuevos llamados que lo llevaron
a recorrer caminos llenos de novedad y vida.
A los 16 años ingresó en el Monasterio Benedictino de Compostela en Galicia y profesó en el año
1828. Siempre fue muy buen estudiante por lo que llegó a ser un gran teólogo, que varios años después, participó y aportó en el Concilio Vaticano I.
Su vida de trabajo y oración se vio perturbada cuando en toda España se expulsaron las Órdenes
Religiosas y cerraron todos los monasterios. Padre Serra deseaba seguir diciendo “Si” a su vocación
y dejando de lado otras propuestas, junto a un amigo, el Padre Salvado, emprendió un largo viaje,
recorriendo caminos peligrosos, con riesgo de muerte, hasta llegar a un Monasterio en Nápoles
para poder allí ser fiel a su vocación, y allí permaneció por 10 años.
***
Estamos en 1845, el Padre Serra tiene 35 años y otra vez la voz de Dios sacude su corazón y lo llama
con fuerza.
En toda la Iglesia se respiraba un fervor misionero: ir y llevar la Buena Noticia de Jesús a quienes todavía no lo conocían. Padre Serra deja los muros del monasterio para ir como misionero
a Australia. Junto a su amigo, el Padre Salvado, recorren el mar bravío en una travesía que duró
113 días. Cuando llega a Australia se encuentra en una selva virgen, sin conocer la lengua de los
nativos que, además de ser nómades, tenían costumbres caníbales.
Y allí soplaba el espíritu de Dios que lo lleva por estos nuevos caminos: aprender de la gente del lugar para luego dar a conocer el evangelio, confiando plenamente en la Providencia. Allí llega
a fundar el primer Monasterio Benedictino y es nombrado Obispo, siendo muy joven aún.
En uno de sus viajes a Roma para buscar recursos, su sustituto en el obispado lo acusa falsamente de
malversación de fondos y Padre Serra sufre esta calumnia con mucho dolor. Por eso, aunque presentando su defensa ante el Papa, que falló a su favor, decide presentar su renuncia.
***
Ahora el Padre Serra está en Europa, aún es joven, pero el trabajo, el clima y los sufrimientos lo
han desgastado mucho. Se pone a disposición del Papa, aunque su deseo era retirarse nuevamente
en la vida monástica.
Pero un nuevo llamado sacude su corazón: restaurar la Orden Benedictina en España. Volvió a su
país natal, pero aún no es tiempo, su impulso se ve truncado por la negativa del gobierno.
Ya tiene 53 años, es 1862, y está a la espera de su nombramiento a un nuevo obispado. Mientras
tanto su espíritu incansable de peregrino y misionero lo lleva a recorrer los caminos de Madrid. 
La Providencia tenía nuevos proyectos para él, y como hasta ahora, estaba dispuesto a seguir fiel al
llamado de Dios.
Esta vez la voz que lo llama brota de las salas de un hospital en las que se encuentran mujeres que
ejercían la prostitución. Estaban enfermas, él escuchaba sus confesiones y era testigo de sus deseos
de salir de esa vida, pero cuando a ellas les daban el alta en el hospital no tenían a donde ir y volvían
a la calle.
“Es demasiado doloroso lo que he presenciado, sin disponerme a hacer algo a favor suyo”, al pronunciar esta frase dice un nuevo “Sí”. Comienza a recorrer y tocar todas las puertas buscando
un lugar para estas mujeres, pero no consigue nada.
“Si todas las puertas se les cierran, les abriré yo una.” Otra vez “Sí”: “Sí” a la dignidad de la mujer que sufre, “Sí” a la propuesta de Jesús de cargar sobre sus hombros a la oveja perdida, “Sí” a la misericordia y al amor. Estaba convencido de que esta era “la causa de Dios.”
En esta nueva empresa lo acompaña la Srta. Antonia de Oviedo, colaboradora de las misiones
y a quien ahora acompaña espiritualmente. Él la alienta a abrir una casa para recibir a las mujeres
que querían salir de la prostitución. Más adelante la alentará a entregarse definitivamente a Dios
y fundar juntos la Congregación de Hnas. Oblatas del Santísimo Redentor y así consagrar la vida a
esta Misión Redentora.
Padre Serra, fundador y misionero, profeta de la justicia y la compasión; peregrino incansable siguiendo las huellas de Jesús, contemplativo en la acción. Siempre atento a las llamados de Dios y fiel a su vocación. Entre el nacer y el morir, transitó un “Sí” a la Vida anunciando la Buena Noticia del amor de Dios
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