Por Fernando M. Guzmán

Luego de un proceso previo extenso e intenso, que incluyó los más variados espacios de consulta y participación, el Papa Francisco mostró al mundo la exhortación post sinodal “Querida Amazonía”. Como Laudato Si’, también este texto fue dirigido al Pueblo de Dios
y a todas las personas de buena voluntad.

El Papa encabezó un proceso de reflexión sobre la realidad de este bioma que incluye nueve países de América, y propuso a todo el mundo –y no solamente a quienes lo habitan– que fijemos nuestra mirada allí de manera prioritaria.

Muchos se preguntaron: ¿Por qué la Amazonía? ¿Por qué poner
el foco de nuestra atención allí?

Encuentro al menos tres razones:

  • La primera, de orden ambiental, debemos encontrarla en que la Amazonía es un sistema simil-pulmonar que cumple una función insustituible en el planeta: absorbe una gran cantidad del dióxido
  • de carbono presente en la atmósfera y produce otro tanto del oxígeno que necesitamos.
  • La segunda, de orden socio-político, se relaciona con la cantidad de intereses que se posan sobre la riqueza integral de ese territorio y, en consecuencia, con las acciones de despojo, acaparamiento y privatización que perpetran los grandes grupos económicos del mundo y sus aliados gubernamentales.
  • La tercera, de orden eclesial, se funda en las numerosas experiencias eclesiales de profético compromiso con los excluidos y excluidas que allí nacieron y que aún perviven. Algunas visibles, otras invisibles. Todas anunciadoras del Reino y denunciadoras de la injusticia estructural que hace pie con particular crudeza en la Amazonía.

A pesar que este llamado de atención a todo el planeta resultaba y resulta imprescindible, las reacciones en contra no se hicieron esperar. Y fueron tanto “por derecha como por izquierda”.

Hablando de los sectores conservadores, podemos resumir las críticas en el remanido argumento de que “la iglesia no debe inmiscuirse en asuntos políticos” y también –a partir del movimiento que generó este documento en relación con las espiritualidades originarias– se acusó al texto de contener un sincretismo vulnerador de la doctrina católica.

Por el lado de los progresismos, los ataques vinieron hacia lo poco “jugado” que fue el Papa en relación con lo eclesiológico (concretamente, respecto de la apertura del sacerdocio para las personas casadas, o de la posibilidad que religiosas y laicos/as asuman tareas reservadas al presbiterado).

En relación con esto último, abro el juego a algunas preguntas:

¿Qué salvará del salvaje ecocidio que se viene perpetrando contra los pueblos amazónicos? ¿Acaso que el presbiterado se “democratice”? ¿Será que cuando los laicos podamos consagrar o absolver los pecados se liberarán estos pueblos que no conocen (ni necesitan conocer) el significado de la palabra “sacramento”?

¿O será toda la otra “poesía-en-acción” contenida en este bello documento (y que los pueblos amazónicos sí conocen) la que colaborará efectivamente con el brote subrepticio e irreverente de la Vida? ¿No será la propuesta de cuidar y custodiar la Casa Común; no será la resistencia a los megaemprendimientos extractivos; no será el llamamiento a nuevas relaciones sociales y políticas el corazón del mensaje que debe arder e inflamar nuestros corazones y nuestras fauces?

A veces pareciera que no mensuramos lo chico que es el barrio de las internas eclesiales y que no caemos en cuenta respecto de la insignificancia que tienen nuestras discusiones de sacristía al lado
de las grandes (y graves) urgencias de la humanidad.

En efecto, esta exhortación tiene tal potencia profética y transformadora a nivel planetario, que analizarla solo a la luz de los progresos o retrocesos que trae para la Iglesia es de una inquietante miopía.

Quiero finalizar recomendando enérgicamente su lectura. Verán que no se trata –en absoluto– de un texto con “estilo eclesial”. Contiene una belleza literaria singular, una heterogeneidad de citas y fuentes exquisita y, lo más adorablemente perturbador es que los capítulos están organizados y rotulados como “sueños”, en un orden no casual:
el sueño social, el sueño cultural, el sueño ecológico y el sueño eclesial…

Los pueblos amazónicos necesitan que los miremos y nos comprometamos con sus causas: el futuro de la Casa Común está en juego y la sabiduría que ellos portan es el camino privilegiado para revertir tanto daño.


Categorías: buen vivir

0 comentarios

Deja una respuesta

Marcador de posición del avatar

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *