Fuente: www.vidanuevadigital.com

El 14 de Octubre, el Papa Francisco celebró la canonización de Monseñor Oscar Romero, pero el pueblo lo había declarado desde siempre: San Romero de América. Durante la misa recordó, que en el acta, el Vaticano calificó a Romero de “padre de los pobres”: “Porque exigió justicia para los campesinos, apoyó sus reivindicaciones y los defendió del odio y la violencia de los poderosos.”

En pleno clima de persecución, sus palabras fueron claras. “Yo quisiera hacer un llamamiento, de manera especial, a los hombres del ejército. Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. […] Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión”. Fue la homilía más premonitoria de América Latina. Al día siguiente, durante la misa de la tarde fue asesinado.

El 24 de marzo de 1980, Oscar Romero fue asesinado en el Salvador por los escuadrones de la muerte en la capilla del hospital de la Divina Providencia, mientras celebraba la misa. Ya unos días antes habían intentado acabar con él, colocando un explosivo cuando iba a celebrar un funeral y allí murieron varias personas. A esa sangre de las víctimas se unió la de Romero.

La represión de sacerdotes que se pusieron de parte de los reprimidos campesinos del país y el asesinato de uno de sus amigos sacerdotes, el jesuita Rutilio Grande, acabaron con su perfil bajo. La satisfacción de los grupos más conservadores con el obispo Romero se fue transformando en auténtica ira a medida que el discurso del prelado se iba volviendo más profético.

Su testimonio y el modo en que vivió el Evangelio es un modelo para toda la Iglesia.

“Una religión de misa dominical pero de semanas injustas no le gusta al Señor. Una religión de mucho rezo pero con hipocresías en el corazón no es cristiana. Una Iglesia que se instala sólo para estar bien, para tener mucho dinero, mucha comodidad, pero que olvide el reclamo de las injusticias, no sería la verdadera Iglesia de nuestro divino Redentor.” Mons. Romero 04/12/1977.

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