…Se me antojaba que ser monje y misionero a la vez era la más hermosa y completa de las vocaciones en la Iglesia.
Todas estas ideas pugnaban dentro de mí y de ello hablaba en privado con algún hermano que me inspiraba mayor confianza. Me repetía sin cesar que en La Cava todo me iba bien, que mi labor en el seminario era muy apreciada y que todos los monjes me demostraban gran estima. No dejaba tampoco de pensar que, al fin y al cabo, era hora de cumplir el voto de estabilidad benedictina, y que ya no había ninguna circunstancia ajena a mi voluntad que me lo impidiera.  Estoy seguro de que si hubiera estado solo, nada habría cambiado; pero un buen día del verano de 1844, paseando por la huerta con el P. Rosendo Salvado, buen amigo y antiguo compañero compostelano de fatigas, le abrí mi corazón. En honor a la verdad, creo que la idea me ilusionaba tanto que, más que consultarle de manera abstracta sobre el particular, le pedí indirectamente que emprendiéramos juntos ese camino. ¡Cuál fue mi sorpresa cuando supe que el P. Rosendo abundaba en idénticos deseos! Creo que aquella noche ninguno de los dos pegamos ojo; al día siguiente volvimos sobre el asunto y juntos decidimos asumir este reto, e ir allá donde la obediencia dispusiera.


Aconsejaba Jesús a sus discípulos que sean mansos como palomas y astutos como serpientes. En eso pensaba cuando en el mes de diciembre del mismo año 1844, el P. Salvado y un servidor pedimos permiso a nuestro abad, Don Pietro Candida, para peregrinar a la Ciudad Eterna. Nuestra intención era presentarnos a propaganda Fide y ofrecernos para las misiones; a él sólo le dijimos que queríamos conocer Roma y visitar los santos lugares de la Orden. El 26 de diciembre abandonamos La Cava, no sin antes, ¡mira por donde!, orar junto a los pies de una imagen de Nuestra Señora del Socorro, que el P. Rosendo se había traído de San Martín Pinario.
Tras un viaje relativamente accidentado, llegamos a Roma el día 30. Estábamos nerviosos: recién estrenado el año 1845 nos presentamos al secretario de la Congregación de Propaganda Fide, Monseñor Brunelli, manifestándole nuestro deseo. Para nuestra sorpresa, no puso objeción alguna; simplemente nos preguntó por el tipo de misiones adonde nos gustaría ser enviados. Le dijimos, según el lenguaje de época, que a tierra de salvajes, y acto seguido nos dio esperanzas firmes de sumarnos de inmediato a una expedición misionera para Australia oriental, pues allí se había establecido una misión de benedictinos y era grande la necesidad de colaboradores. No tardó en ponernos en contacto con el reverendo encargado de este asunto, el P. John Brady, quien sin dilación dispuso ayudarnos en todo. El día 14 de enero se nos informó de que estábamos destinados a Sídney.  En ese momento, pusimos al corriente al abad de la Cava del verdadero motivo de nuestro viaje a Roma y quedamos a la espera de su parecer.
Mientras se arreglaban todos los trámites, tuvimos la gran experiencia carismática de visitar Subiaco y la gruta santa, el lugar donde nuestro Padre San Benito vivió e hizo penitencia.  Sabedores de nuestro lejano destino, en las Misas que ofrecimos en ese santuario, oramos a Dios por el éxito de la nueva misión australiana. Salimos reconfortados, pero, en apariencia, la intercesión de nuestro santo fundador no era tan favorable, porque todo fe regresar a Roma y levantarse un muro de contrariedades. Primero, nos llegó la negativa del abad Don Pietro a dejar La Cava; poco después, en Propaganda Fide, y sin que nosotros pudiéramos intervenir, se abrió una pequeña disputa en torno a la organización diocesana en Australia y la necesidad de proveer a los nombramientos pertinentes.

De la noche a la mañana, ya no sabíamos si podríamos salir de La Cava o no, y tampoco si la soñada Australia sería nuestro destino. De tener todo a tener nada. ¡Así era la vida una vez más! Yo quedé muy contrariado, pero el P. Rosendo insistía en no perder ni el humor ni la confianza en Dios. Así que oramos sin parar, solicitamos los buenos oficios de Propaganda Fide ante nuestro superior legítimo y nos sentamos a esperar una determinación favorable. ¡Y así fue!

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