Del libro Un mirar que genera encuentro
María Cruz Ciordia (O.S.R.)
Edición De Signe, 2007

Todavía gozas del tiempo de descanso en la finca de “les Abellanes” (las Avellanas) en Lérida, con tu tía Dolores cuando en noviembre, el P. Serra te insinúa: “Tengo muchas cosas que contarle… nunca la he necesitado tanto como ahora. Pero de ninguna manara quisiera que esto le intranquilice y le haga sufrir”
(Carta del 8 de noviembre de 1863)

No se percibe cuál puede ser el asunto que quiere confiarte. Tú estás empeñada en arreglar una situación estable y segura para él, y activas todas tus influencias para conseguirlo. Sigues muy ocupada y feliz en las escuelas dominicales y en esta semana santa de 1864, haces ejercicios espirituales en el convento de Sras. Comendadoras se Santiago. De nuevo emerge con fuerza el deseo de saber cómo quiere Dios que seas suya. Y nos comentas: “Idea que se me ocurre después de encontrar contras a todas las órdenes, de aguardar que el Sr. Obispo tenga obispado y allí formar bajo su protección una congregación para las necesidades de la diócesis, sean cuales fueren. Pienso en el nombre y me paro en el de Siervas de María…
Salgo de ejercicios y el primer día el Sr. Obispo me dice: ‘Usted va a ayudarme a fundar un refugio, etc.’. Yo me quedo parada. Hago objeciones, me asusto, escribo, digo todo lo que pienso, todo lo que se me ocurre en contra de la idea. Pero sólo logro el dar disgusto y, por primera vez, no se hace caso ninguno de mis observaciones y de mis ruegos. Pues bien, no haga usted nada, no ayude usted. No  puedo forzarla a ello, ni quiero; lo haré sólo si no hallo quien me ayude” (BH-I-pg. 183-184) Inmediatamente comunicas la situación a tus amigos los hermanos Rubio, que avanzan una primera repuesta pidiéndote que no te precipites y prometen que te enviarán una nueva carta ofreciendo sus argumentos desde su condición de verdaderos amigos. Pero da la impresión que todo se viene encima como un vendaval imparable, y su carta no llega a tiempo.
El P. Serra te explica bien lo que ha visto y oído en las salas de mujeres del hospital de S. Juan de Dios en la calle Atocha: “Esto era demasiado doloroso para que yo pudiera presenciarlo sin determinarme a hacer algo a favor suyo… …que después de ser curadas en el Hospital de San Juan de Dios, veíanse precipitadas a volver a la vida desgraciada que antes habían llevado, pues se les obligaba a tomar la cartilla de prostitutas, según la orden dada por el gobierno…
Ministro del Dios de Bondad al reconciliar a estas jóvenes con aquel Señor que no vino a buscar a los justos sino a los pecadores. He sido con frecuencia depositario de deseos, que no he podido dejar de creer sinceros…
…Yo quiero salvar esas chicas. He llamado ya a todas las casas establecidas y es menester algo en Madrid o en sus cercanías, y si todas las puertas se  cierran les abriré yo una donde puedan salvarse…” (B H III pags. 367-369)
Te sientes abrumada. Tu resistencia se tambalea.
Acudes a María madre del Buen Consejo, en la iglesia de S. Isidro de la calle Toledo y, cuando cobarde y temerosa, te alejabas apresurada, comprendes que la Madre de Misericordia quiere amparar y ofrecer la liberación de su Hijo, a las mujeres que en el Madrid del siglo XIX se les niega la consideración y las oportunidades que en justicia se les deben.
La situación de las muchachas urge: “… están aguardando a duras penas que se pueda abrir la casa, pues detienen lo más que pueden el alta que debe darlas el médico, y que de la mañana a la noche, las pondrá en la calle para ir… ¿dónde, Dios
mío? ¿Dónde… ya que por todas partes les cierran las puertas? ¿Dónde?… ¡Esta palabra es espantosa! una ya de 15 años, muy bien dispuesta, que pedía por amor de Dios que se la sacara del peligro, ha tenido que salir del hospital y, sin refugio, habrá
ido, ¿dónde?… con haber podido abrir antes nuestra casa se habría salvado…
A 15 años, ¡cuántas esperanzas aún! Amparada e instruida habría dado tal vez a la sociedad una buena cristiana” (B H. IV 1pag. 388)


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