Por Lucas Spigariol

 

Sobre la áspera superficie de la ruta terminó abruptamente la vida de Enrique Angelelli. Era un 4 de agosto de 1976, mientras volvía de Chamical a La Rioja. Marcando las tres de la tarde se clavaron las agujas de su reloj, mientras su cuerpo yacía en el asfalto con los brazos en cruz bajo el sol. Su sangre se escurría lentamente regando la tierra a los costados del camino. “Accidente” dijo el gobierno militar, tituló la prensa, asumió la cúpula eclesial. Pero el pueblo riojano siempre supo la verdad: que no podían acallar su voz, que las amenazas no daban resultado, que matando a su gente no se achicaba, que el círculo se iba cerrando cada vez más… “Asesinato” gritaba en silencio sin encontrar eco en una sociedad donde el terrorismo de estado estaba haciendo crecer el miedo. 

Camino pastoral

Como tantos otros mártires en la historia de la Iglesia, desde los primeros cristianos que sucumbían en la arena del circo romano hasta los que contemporánamente se multiplicaban a lo largo de toda América Latina, la muerte de Angelelli se explica por su vida.

Lo que molestaba era su discurso crítico y su práctica comprometida, que no se callara frente a las injusticias, que “un oído en el evangelio y otro en el pueblo” no fuera sólo un slogan y, sobre todo, que ayudara a que los más pobres tomen conciencia de sus derechos y se organicen para defenderlos. 

Apenas ordenado obispo formó parte del Concilio Vaticano II, una experiencia que lo marcó y orientó su ministerio, y luego participó activamente en Medellín, en la redacción de los documentos y en su interpretación en Argentina, y en la Comisión Episcopal de Pastoral. Fue muy amplia y variada su actividad, recorriendo pueblos y barrios por toda la diócesis, escuchando a su gente, impulsando la pastoral orgánica, articulando con sacerdotes y laicos, con presencia en los medios de comunicación, acompañando a los trabajadores en sus conflictos laborales. Imposible enumerar la cantidad de hechos que jalonan su historia de pastor y profeta. 

Camino Judicial

El itinerario judicial tuvo sus avances, retrocesos y cambios de rumbo. Durante la dicutadura, estando caratulado el hecho como accidente, nada se movió. Fueron los obispos Jaime de Nevares, Jorge Novak y Miguel Hesayne, junto con Adolfo Pérez Esquivel y Emilio Mignone, quienes aún durante la dictadura presentaron la denuncia por su asesinato. Ya en democracia, en 1986, concluyó la causa con una sentencia de la justicia riojana calificando lo sucedido como “homicidio fríamente premeditado” e instando a proseguir con la investigación para individualizar a los responsables. Luego, las presiones y las leyes de Obediencia Debida y Punto Final hacen detener y archivar los expedientes. Hubo que esperar 19 años hasta que en 2005, que en otro contexto sociopolítico la causa se reabriera y avanzara hasta llegar a una condena de cadena perpetua a los responsables, al menos a los que aún quedaban con vida habiendo transcurrido casi cuatro décadas. 

Camino eclesial

Pero el más singular es el recorrido que tuvo —y aún tiene— la figura de Angelelli en la misma Iglesia. Su designación como obispo, primero auxiliar en Córdoba y luego en La Rioja, pone de manifiesto la confianza que recibió de parte de la institución. Al avanzar en su ministerio sus pares del episcopado lo empezaron a mirar con desconfianza y recelo, poniendo en duda su fidelidad al Evangelio; la más clara prueba es el silencio frente a su muerte —y a la del obispo de San Nicolás, Carlos Ponce De León, quien también sufrió un “accidente” en la ruta— que se  extendería durante años, sólo interrumpido por algunas voces valientes de obispos que se ganaron el mote de “rojos”. Pero la iglesia es mucho mas que sus dirigentes y el pueblo creyente se empezó a hacer oir: fueron proliferando las iniciativas que reivincidaron su acción, comunidades de base, sectores juveniles y diferentes espacios de laicos y religiosos lo tomaron como bandera. Lentamente, las nuevas generaciones fueron ganando peso en la estructura eclesial y se empezó a reconocer con mayor claridad su legado. Las adjetivaciones de “comunista” sólo sobreviven en sectores reaccionarios minoritarios, el eufemismo de “encontró la muerte” se fue diluyendo, de “testigo” se pasó a “mártir”. “Angelellí” se convirtió en una palabra clave con la que se identifican quienes quieren una Iglesia comprometida con la realidad, casi un sinónimo de la opción por los pobres, un emblema de los Derechos Humanos que trasciende el ámbito religioso. 

La etapa final es la declaración oficial del martirio por parte del papa Francisco y su inminente ingreso a los altares, no solo de Enrique Angelelli sino también de Carlos de Dios Murias y Gabriel Longeville, los curas asesinados en Chamical, y del laico Wenceslao Pedernera, a quien también mataron días antes en Soñogasta.

¡A seguir andando!

La mejor forma de continuar el camino de Angelelli es trayendo su testimonio a nuestros días. Con más memoria que imaginación, ¿qué diría hoy del ajuste o del aumento de la pobreza? ¿a quiénes acompañaría en sus marchas por la calle? ¿qué posicionamiento tendría respecto de la relación entre la Iglesia y el Estado? 

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