Libro: Tierra de compasión

Autor: Antonio Bellella Cardiel, CMF

Unos días más tarde, Don Pietro nos permitía ir y bendecía nuestra empresa. Y sobre el otro particular, se nos comunicó que nos pondrían al servicio de la recién creada diócesis del occidente australiano. El P. Salvado y yo nos sumábamos a la expedición hacia Australia Occidental, como colaboradores del ahora Monseñor John Brady. El 18 de mayo de 1845 asistimos a su consagración episcopal, como primer obispo de Perth. ¡Estábamos haciendo historia!

La ocasión era tan extraordinaria que, unos días después, hasta el mismísimo Gregorio XVI concedió una audiencia a nuestro nuevo prelado y, con él, a quienes, a partir de entonces, nos pondríamos a trabajar por el establecimiento de la Iglesia en aquellas lejanas tierras, aún inexploradas. Hoy por hoy, después de tantos años, ya no me causan impresión los palacios. He visto tantos y conozco tan de cerca a quienes los ocupan, que miro a unos y a otros con una mezcla de respeto, admiración, compasión e indiferencia.

No obstante, aquel memorable día, en el Palacio Apostólico Vaticano y en camino de ser recibido por el Santo Padre, acompañado por mis compañeros de misión, sentía que el corazón iba a salirse del pecho. Acababa de cumplir 35 años y mi vida volvía a dar otro giro inesperado, y –por si esto fuera poco- esta vez tenía el gran honor de colaborar con el Papa en el establecimiento de la Iglesia allí donde jamás hubiera imaginado.

Gregorio XVI se deshizo en atenciones. La emoción embargaba a todos y creo que tanto el P. Salvado como yo tuvimos que hacer esfuerzos para contener las lágrimas. Como el prelado doméstico nos presentó como monjes españoles exclaustrados, adscritos a la Abadía de La Cava junto a Nápoles, el Santo Padre, que también era benedictino, sintonizó rápidamente con nosotros. Se detuvo a conversar un buen rato y nos impartió su bendición, alentándonos vivamente a honrar siempre el santo hábito y a ser dignos herederos de la inigualable herencia evangelizadora y civilizadora de nuestra Orden. Y a fe mía, fuimos puntuales en cumplir su mandato, porque solo tres días después de la Audiencia, el 8 de junio de 1845, embarcábamos para Francia.

Aquí termina la primera parte de mi vida. Aquí termina también lo que fue como una segunda juventud en la hermosa tierra italiana. Hoy hace frío, se ha levantado la tramontana y en estas montañas el viento marino sopla con furia. Me he emocionado al escribir los últimos párrafos. ¡Y no es para menos! ¡Aquello fue tan grande! Ya no visito ni me visitan las autoridades: no estoy para ir de un lado a otro. Aún así, Dios me sigue dando pruebas de que lo que he hecho ha sido agradable a sus ojos. Esta tarde han venido las Oblatas de Benicassim; con ellas ha subido a la montaña una de las jóvenes que busca redención. Quería confesarse conmigo después de haberse decidido a iniciar una vida nueva. Las hermanas han intuido que la alegría de verlas y la oportunidad de conocer y ayudar a esta mujer compensaría el esfuerzo que –lo reconozco-he tenido que hacer. ¡Qué importa! ¿Hay algo más hermoso que servir todavía para algo?

Mañana seguiré escribiendo esta historia. Espero que no esté resultando pesada. A partir de ahora me costará recordar fechas y detalles, porque en cuanto abandonamos Italia, las cosas se complicaron mucho más de lo que sospechábamos. Ruego al lector que sepa disculpar mi parquedad de palabras y mi voluntad de no ser prolijo. Como quiera que sea, a partir de entonces fui un monje muy diferente. Aunque nunca me quité el santo hábito, me vi envuelto en las circunstancias más peregrinas: un día hacía de marinero, otro de explorador, otro de ganadero, otro de viajero infatigable, otro de limosnero postulador, otro de palaciego, otro…

¡Bueno, ya tendré tiempo de contarlo todo! ¡Me hace tanto bien recordar y organizar mis memorias! Tengo que leer un capitulito al hortelano, a ver qué le parece.


0 comentarios

Deja una respuesta

Marcador de posición del avatar

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *