Por Hna. Mirta Sanchez, osr.

Nuevamente nos volvemos a encontrar, para seguir disfrutando de la Palabra que nos ilumina, …nos guía y nos sana. La Biblia está impregnada por el amor y la misericordia de Dios, acerquémonos a Lucas 7,36-8,3. Leemos el texto y hacemos el siguiente ejercicio: activando los sentidos…
-mira… la escena como si estuvieras presente en ella. Contempla la sala del banquete, y a los tres personajes centrales: el fariseo, Jesús y la mujer. Fíjate en sus acciones: es la mujer quien aparece como el sujeto de la mayor parte de ellas;
-escucha… las palabras que Jesús dirige al fariseo y las que dirige a la mujer; también las palabras no pronunciadas: los juicios del fariseo, los gestos silenciosos pero expresivos de la mujer;
-huele… el olor del perfume inundando la casa, siente a qué saben estas palabras: “se le ha perdonado mucho”, “muestra mucho amor”, “tu fe te ha salvado” “vete en paz”… 

Aquí nos encontramos con un fariseo “Simón” y la mujer “pecadora” son como dos formas distintas de recibir la vida nueva según la capacidad de abrirse al amor misericordioso que salva y libera. 
Jesús desenmascara dónde está el verdadero pecado (la actitud de Simón y sus amigos) incluso no renunciando a aceptar el pecado verdadero (la mujer); haciendo de esta última realidad, lugar de revelación de los gestos de Dios, y de aquella de los gestos deshumanizantes.
A espaldas de la mujer sólo hay una realidad: el pecado. En su horizonte sólo una promesa: la tristeza, la desesperación, el vacío. Pero en este presente se hace realidad Jesús, el rostro humano de Dios. Ella nos va enseñar cómo actúa Dios cuando el ser humano abre su corazón.
La mujer reconoce ante todo que es una pecadora. Esas lágrimas que derrama son realmente sinceras y demuestran todo el dolor que aquella mujer experimentaba tras una vida alejada de Dios, deshabita. Hay lágrimas. Todas valen para reconocer que nos duele ofender a Dios, vivir alejados de Él. A ella no le importaba el comentario de los demás. Quería cambiar su vida, y había encontrado en aquel hombre la posibilidad de la vuelta a un Dios de amor, de perdón, de misericordia. Por eso está ahí, haciendo lo más difícil: reconocerse vulnerable y necesitada de perdón.
Jesús no es solo “tolerante”, es más que eso; ejemplo de mera tolerancia es Simón, que sienta a su mesa a Jesús, a sus compañeros fariseos y “permite” la entrada de una «mujer pública». Jesús acepta a todos/as sin aceptarlo todo, pues desde su cercanía con todos/as busca que cada uno/a pueda rehacer su camino de libertad, no como una exigencia sino como respuesta exigida por la fuerza del amor misericordioso.
La verdadera libertad y autenticidad de vida, no está según Jesús, en los/as que se pretenden justos y dueños de la verdad, sino en los/as que a riesgo de equivocarse y de aprender una y otra vez desde sus errores buscan el arduo camino de la felicidad. Así pues, Jesús quiere desenmascarar lo que “olía mal” en esa comida, aparentemente tan cordial. “El espíritu fariseo”, tiene una pequeña capacidad de agradecimiento, pues está convencido de que se ha ganado la salvación, a excepción de la pequeña deuda que había contraído. La mujer, en cambio, que en su realidad de pecado ha tocado fondo, tiene mucha más capacidad que los fariseos de percibir  la novedad que contiene el mensaje de Jesús y de la nueva e incomparable libertad que ha experimentado al acogerlo.
Jesús, es la buena noticia que se hace presente allí donde más necesita de su anuncio, un anuncio que despierta conversión. 
La «mujer», también es buena noticia, pues aunque ella es de por sí la que no cuenta y que, si tiene fama de «pecadora», cuenta menos aún. Ella es símbolo de humildad, respeto, delicadeza, deferencia y amor libre. Salta todas las barreras, se expone en público abriendo de par en par sus sentimientos; suelta su cabellera dejando que la sensualidad al menos por una vez esté al servicio del amor trasparente y lúcido. No hay palabras pero todo en ella habla, y ¡cómo! Ella, derrama ese «perfume», ¿lo habrá comprado o se lo habrían regalado? ¿Lo usaría para sus seducciones? ¿Lo habría comprado con el dinero “mal habido”? Pero como sea, no llega con las manos vacías y ese frasco de perfume, agracia no sólo su desgracia sino la misma escena mal oliente. Y lo bueno e interesante es que Jesús deja que esa fragancia, inunde de perfume sus pies, toque su cuerpo y desde allí expanda todo su aroma.
Así pues, esta combinación de «mujer» y «perfume» resulta tan significativa como provocativa. En Jesús, en su comunión liberadora, humanizante y sanadora, lo marginal y periférico se vuelven centro, y esto ya es sanación y liberación. Donde están nuestras heridas, estarán nuestras posibilidades de sanación y superación.
La misericordia divina le impone un camino: “Vete en paz”. Es algo así como: “abandona ese camino de desesperación, de tristeza, de sufrimiento”. Toma el camino de la alegría, de la ilusión, de la paz que sólo encontrarás cuando abras tu corazón al AMOR Y AL PERDÓN.
No sabemos nada de esta gran mujer, no se dice el nombre. No sabemos si siguió a Jesús dentro del grupo de las mujeres o qué fue de ella. Pero estamos seguros de que a partir de aquel día su vida cambió definitivamente. También a ella la salvó aquella misericordia que hoy viene a nosotras/os. 
Gracias y hasta la próxima.

Hna. Mirta, Rosario

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