Cuando la acumulación multiplica la desposesión
El relato sagrado de la modernidad: el derecho de propiedad privada
Por Fernando Guzmán

Constitución es un barrio de la zona sur de la ciudad de Buenos Aires. Parte de este barrio, la zona más próxima al turístico y extranjerizado San Telmo, está en proceso de “gentrificación”. En el año 2010, una vivienda propiedad de una constructora importante y con vocación de acumulación, estaba en proceso de desalojo. Ocupaban esta vivienda “ociosa” unas 15 familias empobrecidas y golpeadas por el polimorfo capital que las pretendía expulsar. Un año duró la resistencia y la negociación. La empresa presionó para desocupar cuanto antes la propiedad, dado que tenía comprometido un importante emprendimiento inmobiliario. En 2011, estas familias debieron abandonar sus precarias habitaciones y, tomando sus cosas, se fueron “custodiadas” por el Gobierno de la Ciudad. Muchas de ellas pasaron a ocupar lugares aún más precarios y otras cayeron estrepitosamente a ese eufemismo que es “la situación de calle”. El importante emprendimiento inmobiliario jamás se concretó y el frente de esta casa está tapiado y con inscripciones desesperadas sobre sus grises paredes: “devuelvan nuestro techo”.
Una de las cosas que explica el gran auge que adquirió la obra de Thomas Picketty es que propone correr una de las “vendas” que el sistema nos coloca (Cfr. José Laguna) y que nos impide ver con claridad el curso de algunos procesos y así poder explicarlos. Se trata de la “venda de la complejidad”, aquella que funciona activando lenguajes e hipótesis ininteligibles, teorías complicadísimas –y tan solo por ello, relacionadas con “el mundo académico”-, fuera del alcance de l@s sentipensantes populares, inaccesible para la mayoría de las personas…
En contraposición a esa complejidad programada, Picketty allana ese camino escarpado y simplifica la ecuación: si la acumulación de capital patrimonial crece más que la economía, las desigualdades aumentan. En el caso que estamos abordando esto se aplicaría de la siguiente manera: la tremenda concentración de propiedades por parte de holdings, corporaciones, brokers inmobiliarios ha crecido exponencialmente estos últimos años en la ciudad y se ha despegado del crecimiento económico y la riqueza socialmente producida. Estas dos realidades, cada vez más distanciadas, derivan en la creciente desigualdad para acceder a un bien básico como es la vivienda. 
El noruego Eide Asbjorn, referencia intelectual de la reflexión en torno a los Derechos Humanos, señala que cuando un Estado quiere cumplir con los derechos civiles y políticos, hay muchas cosas que no debe hacer: reprimir, forzar, matar, etc. Pero cuando ese mismo Estado quiere garantizar los derechos económicos, sociales y culturales (como por ejemplo, la vivienda) la actitud debe ser proactiva. Debe hacer: crear condiciones y medidas de acceso, hacer posible el ejercicio de esos derechos. En este sentido se dice que “derecho es aquello que puede ser realizable y exigible”. 
En el caso del derecho a una vivienda digna, ante el mundo de la especulación que lo amenaza de muerte, solo queda la organización popular para exigir respuestas al Estado y la decidida resistencia contra el lucro y los negociados. En palabras del sociólogo y filósofo John Holloway, “Dignidad y capital son incompatibles. Mientras más avanza la dignidad, más huye el capital”.
En mayo de 2012, en el marco de una coyuntura nacional marcada por la creciente y saludable politización de los debates, el escritor, historiador y militante argentino Osvaldo Bayer, señaló en la revista Sudestada: “Siempre digo que mientras haya villas miseria no habrá una verdadera democracia, porque por lo menos tendría que asegurar un techo digno a las familias con hijos […] Entonces, no tenemos que conformarnos con poner un papelito en la urna cada dos años porque eso no es verdadera democracia”. Y he aquí que Bayer coloca sobre la mesa un punto clave que hay que seguir tocando y profundizando: nuestros pueblos solo alcanzarán la plena vigencia de los Derechos Humanos, conquistando democracias profundamente participativas; tarea que se enmarcará en lo que muchas organizaciones sociales y colectivos de lucha denominan “la segunda y definitiva independencia”.

Vamos por ello. Ni gente sin casas, ni casas sin gente. Vivienda digna para todos.
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