Alda Facio Montejo
Patriarcado es  un término que se utiliza de distintas maneras, para definir la ideología y estructuras institucionales que mantienen la opresión de las mujeres. Es un sistema que se origina en la familia dominada por el padre, estructura reproducida en todo el orden social y mantenida por el conjunto de instituciones de la sociedad política y civil, orientadas hacia la promoción  del consenso en torno a un orden social, económico, cultural, religioso y político, que determinan que el grupo, casta o clase compuesto por mujeres, siempre esté subordinado al grupo, casta o clase compuesto por hombres, aunque pueda ser que una o varias mujeres tengan poder, hasta mucho poder como las reinas y primeras ministras, o que todas las mujeres ejerzan cierto tipo de poder como lo es el poder que ejercen las madres sobre los y las hijas.


Las instituciones por medio de las cuales el patriarcado se mantiene en sus distintas manifestaciones históricas, son múltiples y muy variadas pero tienen en común el hecho de que contribuyen al mantenimiento de las estructuras de género que oprimen a todas las mujeres. Entre estas instituciones están: la familia patriarcal, la maternidad forzada, la educación androcéntrica, la heterosexualidad obligatoria, las religiones misóginas, la historia robada, el trabajo sexuado, el derecho monosexista, la ciencia ginope, etc.
Es característico de este sistema,  que una o varias mujeres tengan poder o al menos sobresalgan en determinadas áreas del quehacer humano, con el fin de hacer creer al resto de las mujeres que es posible y deseable alcanzar las posiciones logradas por los hombres/ varones y para que cada una de nosotras piense que si no logramos un ascenso, una diputación, una mención de honor, una publicación de un libro, etc., es porque no estamos capacitadas, o porque no nos esforzamos, o porque somos tontas o simplemente porque no queremos. Si hacemos un análisis de las mujeres que han ejercido el poder político, por ejemplo,  veremos que muchas son bastante más inteligentes y capaces que los hombres  que las rodean en puestos semejantes, pero generalmente no son ni más capacitadas, ni más inteligentes que otras mujeres que viven en el anonimato. Es más, existen cantidades de mujeres mucho más inteligentes y capacitadas que la gran mayoría de nuestros políticos, y sin embargo, esas mujeres no han podido (o no han querido por razones éticas) escalar hasta llegar a los puestos de dirigencia, mientras que demasiados hombres mediocres sí. Debemos también tomar en cuenta que las mujeres a las que se les permite ejercer el poder en forma patriarcal, pagan un precio muy alto: no sólo tienen que esforzarse el doble para lograr un poder a medias, sino que deben hacerlo sin solidarizarse con sus congéneres: las otras mujeres. Además, deben ejercer el poder como lo determina el sistema patriarcal:
SOBRE las otras personas y no PARA las  personas, violentando así todo su “ser” femenino que ya sea cultural, fisiológico,  o históricamente impuesto ha sido definido como el género que cuida y da la vida, no el género que domina, destruye y guerrea.
El patriarcado obliga a las mujeres que detentan el poder a utilizarlo de la misma manera que los hombres, porque de esta manera se asegura que la gran mayoría de las mujeres no sientan que otra mujer representa sus intereses, porque se inhibe todo sentimiento de sororidad, fomentándose más bien, la competencia por un hombre. En realidad, la mayoría de las mujeres a quienes la historia patriarcal reconoce, no han hecho mucho por cambiar la condición de la mujer y por ello, mucho se ha cuestionado si el brindar mejores oportunidades a la mujer de participar en la toma de decisiones tendría consecuencias beneficiosas para ésta. Cuando las mujeres buscan el poder para utilizarlo en beneficio de las otras mujeres, reciben pronto el castigo que va desde el ridículo, el olvido y el menosprecio,  hasta la pena de muerte. Y cuando no se ha podido silenciar a alguna mujer que ha sobresalido en la esfera pública por sus propios méritos y ha utilizado el poder en forma distinta a la que prescribe el patriarcado, se habla de su vida intima, sentimental y de sus problemas sexuales y no de su aporte al conocimiento o al mejoramiento del género femenino.
Otra razón de por qué las mujeres no apoyamos a las que se lanzan en la búsqueda del poder, se debe a que generalmente  los sectores dominados tienden a rechazar a aquellas/os de su mismo grupo que se comportan como los dominadores.
Así, las mujeres no valoramos  en otra mujer, precisamente las características que posiblemente nos ayudarían a combatir  la dependencia. Una mujer que defienda sus ideas asertivamente generalmente es tildada de “marimacha” o “mandona”,mientras que un hombre que haga lo mismo es apreciado por sus “agallas”, su “conocimiento del mundo”, su “calidad de líder”, etc.
Además, todas las mujeres somos  socializadas para valorar más el cuidar/nutrir/dar afecto (nurture), a otras personas, que el tomar decisiones a nombre de otras. A todas las mujeres, desde muy pequeñas, se nos estimula a desarrollar nuestras habilidades en las actividades que se relacionan con cuidar y dar de comer a las personas. Desafortunadamente, la política patriarcal no es una actividad que involucre o necesite de esas habilidades. Por ello no  es de extrañar que (aparte de que al patriarcado no le interesa que las mujeres tengan poder y que ha llegado hasta a matar a las que lo buscan), las que tenemos conciencia de mujer, no luchemos con más energía por alcanzar puestos de dirigencia  política. Sin embargo, mientras más mujeres tengan acceso a la toma de decisiones, menos patriarcal se irá haciendo la política y más mujeres harán política. Cuando las mujeres se sientan a gusto con la política, cuando puedan hacer política sabiéndose mujeres y pudiéndose solidarizar con otras mujeres, es porque habrá sido superado el patriarcado.
Pero hasta hoy el patriarcado es el único tipo de sociedad que existe en el mundo; hay patriarcados capitalistas, socialistas, tercermundistas y colonialistas; patriarcados donde se respetan más y donde se respetan  menos los derechos de los hombres; patriarcados donde no se toleran las diferencias y patriarcados en donde los hombres de las minorías viven tranquilos, pero en todos, las mujeres nos encontramos invisibles de su historia y excluidas del poder. “No estamos en el gabinete, ni en los puestos de confianza, ni en la dirección de partidos políticos, ni siquiera en la dirección de aquellos gremios y sindicatos donde somos la mayoría. A pesar de los avances de las últimas décadas, tampoco tenemos igual acceso a la educación, al mercado laboral, ni el poder de decidir sobre nuestra reproducción.  En suma, somos siempre ciudadanas de segunda categoría”.
Por medio de las instituciones patriarcales se hace la  socialización patriarcal, que es el proceso por el cual las personas de sexo femenino desde pequeñitas, van interiorizando los valores y actitudes que se les atribuyen, descartando toda emoción o deseo atribuido al otro sexo y aprendiendo el rol asignado para convertirse en personas de género femenino, es decir en “mujeres”, al tiempo que aquellos de sexo masculino desde pequeñitos, sufren el proceso que los  hará personas de género masculino, es decir “hombres”.
Vemos así que el  género no es sinónimo de sexo aunque muchas personas utilicen ambas palabras indistintamente. Menos aún es el género sinónimo de “mujer”.
Es imprescindible que se entienda que los hombres también responden a un género de manera que, cuando se dice que hay que incorporar al género en una determinada actividad o estudio no se está hablando de incorporar a la mujer, aunque el resultado de incorporar la visión de género sea visibilizar a la mujer al hacer visibles las relaciones de poder entre los sexos. Incorporar la visión o perspectiva de género en las actividades humanas y los análisis que se hagan de las mismas no es tan sencillo como “agregar” a las mujeres.


Categorías: capacitándonos

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Alda Facio Montejo
Patriarcado es  un término que se utiliza de distintas maneras, para definir la ideología y estructuras institucionales que mantienen la opresión de las mujeres. Es un sistema que se origina en la familia dominada por el padre, estructura reproducida en todo el orden social y mantenida por el conjunto de instituciones de la sociedad política y civil, orientadas hacia la promoción  del consenso en torno a un orden social, económico, cultural, religioso y político, que determinan que el grupo, casta o clase compuesto por mujeres, siempre esté subordinado al grupo, casta o clase compuesto por hombres, aunque pueda ser que una o varias mujeres tengan poder, hasta mucho poder como las reinas y primeras ministras, o que todas las mujeres ejerzan cierto tipo de poder como lo es el poder que ejercen las madres sobre los y las hijas.


Las instituciones por medio de las cuales el patriarcado se mantiene en sus distintas manifestaciones históricas, son múltiples y muy variadas pero tienen en común el hecho de que contribuyen al mantenimiento de las estructuras de género que oprimen a todas las mujeres. Entre estas instituciones están: la familia patriarcal, la maternidad forzada, la educación androcéntrica, la heterosexualidad obligatoria, las religiones misóginas, la historia robada, el trabajo sexuado, el derecho monosexista, la ciencia ginope, etc.
Es característico de este sistema,  que una o varias mujeres tengan poder o al menos sobresalgan en determinadas áreas del quehacer humano, con el fin de hacer creer al resto de las mujeres que es posible y deseable alcanzar las posiciones logradas por los hombres/ varones y para que cada una de nosotras piense que si no logramos un ascenso, una diputación, una mención de honor, una publicación de un libro, etc., es porque no estamos capacitadas, o porque no nos esforzamos, o porque somos tontas o simplemente porque no queremos. Si hacemos un análisis de las mujeres que han ejercido el poder político, por ejemplo,  veremos que muchas son bastante más inteligentes y capaces que los hombres  que las rodean en puestos semejantes, pero generalmente no son ni más capacitadas, ni más inteligentes que otras mujeres que viven en el anonimato. Es más, existen cantidades de mujeres mucho más inteligentes y capacitadas que la gran mayoría de nuestros políticos, y sin embargo, esas mujeres no han podido (o no han querido por razones éticas) escalar hasta llegar a los puestos de dirigencia, mientras que demasiados hombres mediocres sí. Debemos también tomar en cuenta que las mujeres a las que se les permite ejercer el poder en forma patriarcal, pagan un precio muy alto: no sólo tienen que esforzarse el doble para lograr un poder a medias, sino que deben hacerlo sin solidarizarse con sus congéneres: las otras mujeres. Además, deben ejercer el poder como lo determina el sistema patriarcal:
SOBRE las otras personas y no PARA las  personas, violentando así todo su “ser” femenino que ya sea cultural, fisiológico,  o históricamente impuesto ha sido definido como el género que cuida y da la vida, no el género que domina, destruye y guerrea.
El patriarcado obliga a las mujeres que detentan el poder a utilizarlo de la misma manera que los hombres, porque de esta manera se asegura que la gran mayoría de las mujeres no sientan que otra mujer representa sus intereses, porque se inhibe todo sentimiento de sororidad, fomentándose más bien, la competencia por un hombre. En realidad, la mayoría de las mujeres a quienes la historia patriarcal reconoce, no han hecho mucho por cambiar la condición de la mujer y por ello, mucho se ha cuestionado si el brindar mejores oportunidades a la mujer de participar en la toma de decisiones tendría consecuencias beneficiosas para ésta. Cuando las mujeres buscan el poder para utilizarlo en beneficio de las otras mujeres, reciben pronto el castigo que va desde el ridículo, el olvido y el menosprecio,  hasta la pena de muerte. Y cuando no se ha podido silenciar a alguna mujer que ha sobresalido en la esfera pública por sus propios méritos y ha utilizado el poder en forma distinta a la que prescribe el patriarcado, se habla de su vida intima, sentimental y de sus problemas sexuales y no de su aporte al conocimiento o al mejoramiento del género femenino.
Otra razón de por qué las mujeres no apoyamos a las que se lanzan en la búsqueda del poder, se debe a que generalmente  los sectores dominados tienden a rechazar a aquellas/os de su mismo grupo que se comportan como los dominadores.
Así, las mujeres no valoramos  en otra mujer, precisamente las características que posiblemente nos ayudarían a combatir  la dependencia. Una mujer que defienda sus ideas asertivamente generalmente es tildada de “marimacha” o “mandona”,mientras que un hombre que haga lo mismo es apreciado por sus “agallas”, su “conocimiento del mundo”, su “calidad de líder”, etc.
Además, todas las mujeres somos  socializadas para valorar más el cuidar/nutrir/dar afecto (nurture), a otras personas, que el tomar decisiones a nombre de otras. A todas las mujeres, desde muy pequeñas, se nos estimula a desarrollar nuestras habilidades en las actividades que se relacionan con cuidar y dar de comer a las personas. Desafortunadamente, la política patriarcal no es una actividad que involucre o necesite de esas habilidades. Por ello no  es de extrañar que (aparte de que al patriarcado no le interesa que las mujeres tengan poder y que ha llegado hasta a matar a las que lo buscan), las que tenemos conciencia de mujer, no luchemos con más energía por alcanzar puestos de dirigencia  política. Sin embargo, mientras más mujeres tengan acceso a la toma de decisiones, menos patriarcal se irá haciendo la política y más mujeres harán política. Cuando las mujeres se sientan a gusto con la política, cuando puedan hacer política sabiéndose mujeres y pudiéndose solidarizar con otras mujeres, es porque habrá sido superado el patriarcado.
Pero hasta hoy el patriarcado es el único tipo de sociedad que existe en el mundo; hay patriarcados capitalistas, socialistas, tercermundistas y colonialistas; patriarcados donde se respetan más y donde se respetan  menos los derechos de los hombres; patriarcados donde no se toleran las diferencias y patriarcados en donde los hombres de las minorías viven tranquilos, pero en todos, las mujeres nos encontramos invisibles de su historia y excluidas del poder. “No estamos en el gabinete, ni en los puestos de confianza, ni en la dirección de partidos políticos, ni siquiera en la dirección de aquellos gremios y sindicatos donde somos la mayoría. A pesar de los avances de las últimas décadas, tampoco tenemos igual acceso a la educación, al mercado laboral, ni el poder de decidir sobre nuestra reproducción.  En suma, somos siempre ciudadanas de segunda categoría”.
Por medio de las instituciones patriarcales se hace la  socialización patriarcal, que es el proceso por el cual las personas de sexo femenino desde pequeñitas, van interiorizando los valores y actitudes que se les atribuyen, descartando toda emoción o deseo atribuido al otro sexo y aprendiendo el rol asignado para convertirse en personas de género femenino, es decir en “mujeres”, al tiempo que aquellos de sexo masculino desde pequeñitos, sufren el proceso que los  hará personas de género masculino, es decir “hombres”.
Vemos así que el  género no es sinónimo de sexo aunque muchas personas utilicen ambas palabras indistintamente. Menos aún es el género sinónimo de “mujer”.
Es imprescindible que se entienda que los hombres también responden a un género de manera que, cuando se dice que hay que incorporar al género en una determinada actividad o estudio no se está hablando de incorporar a la mujer, aunque el resultado de incorporar la visión de género sea visibilizar a la mujer al hacer visibles las relaciones de poder entre los sexos. Incorporar la visión o perspectiva de género en las actividades humanas y los análisis que se hagan de las mismas no es tan sencillo como “agregar” a las mujeres.


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